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Paseantes por mis cuentos

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Diario de bitácora de DESRECUERDOS

desrecuerdos



(forget, forgot, forgotten)





Mi cabeza revienta. Millones de ideas se agolpan cuando trato de descansar. Cuando trato de no pensar en nada, mi cabeza se dedica a jugarme malas pasadas. Cuando trato de olvidar, mis recuerdos vienen a mi mente. Veo imágenes a través de una especie de neblina.


Una espalda se libera del cierre de un sujetador rosa. El pelo cubre esos hombros. Trago saliva. Mi mano se dirige como hipnotizada a acariciarla. En cuanto la toca, la piel sobre mis dedos se estremece. La dueña de la espalda se ríe y suspira. Un tatuaje pequeño que no soy capaz de distinguir, me saluda alborozado desde su omóplato izquierdo. El cuello se contrae. La cabeza empieza a girar. Estoy a punto de ver su rostro. Las sábanas rojas llenan la habitación. Mi visión se funde a rojo y un dolor punzante me perfora las sienes.

Me despierto empapado en sudor. Cojo un pequeño bote vacío a la mitad. Saco una de las píldoras rojas que contiene. Me la meto a la boca mientras mi mano tantea la mesilla en busca de un vaso de agua. Doy un sorbo y trago. Mi corazón se relaja. Miro distraídamente el despertador. Las tres y cuarto. Me siento al borde de la cama. Busco dentro de mis pantalones y saco un paquete de tabaco. Mientras aspiro la primera calada, abro las cortinas y observo la calle. Londres duerme silencioso. La lluvia golpea la ventana. Romilly Street está desierta. Decido tumbarme, a ver si concilio el sueño. Enciendo el equipo de sonido. Bob Dylan me acompaña en mi soledad. Apago el cigarrillo y me pongo a pensar en lo que acabo de soñar, pero acabo conciliando un sueño rojo.

El despertador suena a las siete menos cuarto. Me levanto. Pongo la tetera al fuego. Mientras se prepara el desayuno me voy al baño, y me ducho. Durante unos minutos me quedo bajo el chorro de agua. Cierro los ojos.

El cartel de Clink Street me saluda. La lluvia me empapa. Miro el reloj. Las seis de la tarde han pasado. Me impaciento. Entro en Vinopolis. Miro a la barra. La camarera está leyendo un libro. Pido un Burdeos Cavernet Sauvignon. Tras pagar £3, me doy la vuelta. Sentada en una mesa hay una mujer de espaldas a mí. Me dirijo allí. Doy un sorbo a mi copa. El rojo del vino me nubla la vista. Un calor intenso recorre mis orejas hasta las sienes.

La tetera empieza a pitar. Un poco mareado y sin terminarme de aclarar salgo desnudo de la ducha. Voy mojando todo el pasillo hasta la cocina. Quito la tetera del fuego. Me quemo la mano. Pongo la bolsa de té en la taza y echo el agua. Vuelvo al baño y me acabo de secar. Mientras me termino de poner la corbata, me meto en la boca la tostada. Un pequeño dolor pasea por toda mi frente. Mientras cierro la puerta de casa me meto en la boca una de las pastillas del botecito. Compro el Daily Mail y llego a la estación del metro de Leicester Square. Busco mi tarjeta Oyster. Cuando la encuentro, paso el torno. Un músico callejero nos ameniza la espera asesinando a Dire Straits. El tren llega enseguida. Entro. Nunca hay asientos libres. Agarro la barra con una mano mientras sufro leyendo en el periódico una nueva derrota del Tottenham. Este año vamos de culo. En Embankment entra una mujer. Nuestras miradas se cruzan. Ella sonríe. Yo, avergonzado, pongo mis ojos en la foto de la final de cricket. Ella se va unos tres metros más allá. Al notar el movimiento del tren, levanto los ojos. Lleva una camiseta sin mangas de color verde. Me fijo en un pequeño tatuaje que lleva en el hombro.


Estoy contento. Me rio de un chiste malo de Patrick. Jodido irlandés borracho. Miro a la chica que está sentada de espaldas a nosotros. Las guinness que me he bebido en el pub celebrando el día de San Patricio hacen una apuesta con mi vergüenza y ganan. Decido acercarme a la mujer. Cuando voy a tocarle el hombro, la cazadora roja llena toda mi visión. Una jaqueca horrible me obliga a cerrar los ojos.


Alguien me empuja y mi periódico cae al suelo. La gente sale del vagón combatiendo con la gente que quiere entrar. Miro la placa de la estación. Euston. Me doy cuenta que hace unas siete estaciones que debería haber bajado. Consigo salir del metro casi al tiempo que empieza a cerrarse las puertas. Me siento muy raro, incluso algo preocupado. Busco mis pastillas y me tomo dos o tres de golpe. Cuando subo las escaleras llego a la Estación y salgo a Eversholt Street. Decido caminar un poco en dirección al río. Me paro en Tavistock y en un pequeño café, compro algo caliente para llevar. En frente, hay un parque. Decido sentarme en un banco. Busco mi teléfono móvil. ¿Cómo hostias se llama? ¿Doctor… Parker….Peker…? Ah, sí, Tacker. Busco su número en mi agenda del teléfono. En ese momento mi teléfono empieza a vibrar y a sonar. Instintivamente pulso el botón verde y me lo llevo al oído.


-¿Sí?


-Nick, soy yo. Ya sé que no te apetece, pero evitarme no solucionará nada.-dice una voz de mujer- Tenemos que hablar


-Joder. ¿Por qué siempre se empieza con un tenemos que hablar, para decir que se quiere dejar de hablar? No tengo nada que hablar contigo-replico


-No seas crío, Nick, te espero en casa. A las seis- me responde- No llegues tarde, como siempre


-Como siempre, vete a la mierda, Ka….- intento reponder, pero un dolor me hace llevarme la mano a la cabeza, y el rojo del teléfono no me permite ver nada más.


Cuando me quiero dar cuenta, mi teléfono está desmontado en el suelo. Busco la batería y doy con ella al lado de una lata de Dr. Pepper. Cuando consigo ponerla y cubrirla con su carcasa azul, lo enciendo. Marco el código y espero. Siempre me ha dado rabia el tiempo que pasa desde que enciendes el móvil y puedes empezar a usarlo. Me vuelve a sonar, y espero a tragar las pastillas que me he metido en la boca antes de contestar.

-¿Sí?-digo


-¿Nick? Soy Martin. ¿Dónde estás? Llevo esperándote dos horas. Por cierto, ¿porqué me has colgado antes?


-¿Cuándo?


-Por dios, Nick, acabo de llamarte y me has colgado


-Acabo de estar hablando con una….no sé. No me encuentro muy bien, Martin. Tienes el contrato encima de mi mesa. Voy a ir al médico. Encárgate tú, ¿vale?-balbuceo al bueno de mi socio


-Pero Nick, es tu traba….-intenta replicarme, pero el botón rojo le impide seguir hablando.


Concierto una cita con el doctor Tacker. No me puede atender hasta las seis y media de la tarde. Decido dar un paseo. Voy andando por Kingsway hasta la ribera norte del Támesis. Llego hasta Victoria Embankment. Siempre me ha relajado el río. Empieza a hacer frío. El otoño está dejando de ser un verano tardío. Anochece cada vez más pronto, y el frío te pilla desprevenido cuando menos te lo esperas. Encuentro un puesto callejero y me compro un sándwich y un té. En el primer banco que encuentro sin un okupa borracho o una turista encima me siento en el respaldo y empiezo a comer con desgana. Estoy preocupado. Llevo un tiempo con mareos, y empiezo a ver cosas. El doctor me dice que sólo son pequeñas cefaleas, y eso me produce aturdimiento. Pero yo no sé si creerle. La verdad es que las pastillas que me recetó me van muy bien. Me relajan. Es una eminencia. Me lo recomendó Martin.


Sigo andando por el río. Está muy marrón. Le da un aire distintivo, suele decir Patrick, el color distintivo de la mierda inglesa. Jodido irlandés. Sigo andando. ¿Quién coño es Patrick? Una vez más me vuelvo a asustar. Me suelen pasar estas cosas. Recuerdo cosas que no recuerdo. Hay gentes que de vez en cuando se dan un paseo por mi mente y sólo dejan una firma ilegible. O tal vez me estoy volviendo loco. Que jodido es el miedo. Nunca he sido muy hipocondriaco, pero me imagino un tumor creciendo en mi coco. Es muy jodido tener miedo.

Acabo el sándwich y el té y sigo andando en dirección este. En el puente del milenio echo un vistazo en dirección a la Tate modern. Siempre me ha parecido una mierda de edificio. Siempre hay cientos de pseudointelectuales sentados en un rollo hippie, tomando sus cafés de Starbucks y turistas perdidos. Sigo andando. Llego a uno de mis rincones favoritos de Londres. La Torre se levanta majestuosa ante mí. Al cruzar la mirada al margen opuesto del Támesis, veo el HMS Belfast, que me recuerda la guerra que nadie vemos y en la que nos vemos inmersos. Es una guerra que sale todos los días en la tele, y de la que casi nadie se acuerda. Es más fácil guerrear cuando las bombas estallan en otra panadería que no es la tuya, y el Chelsea no juega con riesgo a que suenen las sirenas. En frente mío, el Tower Bridge me enseña la típica postal que mandaría a alguien si sólo viniese de vacaciones a la city. Subo por Mansell Street, y me paro inconscientemente ante un escaparate. Es una agencia de viajes. Ofertas para Mallorca, Croacia, París… Tiene una de esas maquetas de aviones que planean en medio del ventanal. Me quedo mirando el avión.


Estoy en la terminal sur de Gatwick. Llego tarde. Malditos clientes. Miro mi reloj. El vuelo a Roma sale dentro de media hora. Allí está ella. Debajo del panel de salidas. Está de espaldas. Decido darle un susto. Le gusta que le tome el pelo. No puedo asustarla. Tan sólo puedo abrazarla por la espalda. La aprieto contra mí como si fuese la última vez. Ella me acaricia con fuerza los brazos. Aspiro el olor de su nuca. Estoy feliz. Miro al frente el gran reloj que domina la puerta de embarque. Es un reloj digital gigante cuyos números son rojos. Llego a tiempo. La voy girando poco a poco para besarla. Ella no para de reír. La voy a mirar los ojos, pero un clavo ardiendo en mi cabeza me impide mantener los ojos abiertos. Con los ojos entrecerrados observo que el rojo de los números digitales del reloj domina toda la terminal.


Alguien me pregunta si estoy bien. Es el empleado de la agencia. Me dice que llevo como veinte minutos parado delante del comercio. Miro el reloj. Las seis y cuarto. Me tambaleo un poco a causa del mareo. Me meto la última pastilla en la boca. Empiezo a correr en dirección a la consulta del doctor Tacker. Llego justo a la hora. La enfermera me hace pasar. El despacho está vacío. Estoy sudando a mares. Jadeo. Mi corazón late con fuerza. Me siento en la silla. La enfermera cierra la puerta. Observo toda la habitación. Está llena de títulos colgados en sus paredes. A mi derecha hay unas baldas llenas de libros. A la izquierda hay una camilla y un biombo. Junto a estos, un armario con cosas de médicos. Encima de la mesa hay un cerebro de plástico qué, cómo comprobé anteriormente, se desmonta en unos mil pedazos y no da tiempo a montarlo antes de que el doctor aparezca. También está su teclado y una pantalla del ordenador. Es ordenado el doctor Tacker. No tiene muchos papeles. Mi mesa tiene montañas de ellos, sin embargo aquí tan sólo hay una carpeta solitaria. Es difícil leer al revés. SHUTON , NICHOLAS. Ajá, ese soy yo, y seguro que dentro está mi tumor. Entra el doctor. Nos saludamos. Me pregunta por la urgencia, que si me encuentro bien. Le cuento lo de mis mareos, lo de mis alucinaciones, lo de las lagunas mentales. Él le quita importancia. Me habla de stress, de tensión. Me dice que es lógico. Me pregunta por mis pastillas, que si me quedan suficientes. Le miento diciendo que sí. No sé porqué. Me jode que me trate como un niño pequeño. Me recomienda relajación. Me dice que me tome unos días. Yo asiento, pero le digo que estoy muy preocupado. Me da la tarjeta de un amigo suyo. La leo. “George Harrington. Psiquiatra” Me dice que es posible que todo sea psicosomático. Que estoy trabajando mucho. Le replico que me gusta más la idea de las vacaciones. Que me tomaré unos días. Probablemente me iré a Italia, siempre he querido hacerlo. Él me dice que necesitaré más pastillas. Va a buscarlas. Miro la carpeta. Instintivamente la abro. Sólo leo la primera frase. En rojo, SUJETO EXPERIMENTAL. Cojo la carpeta y salgo corriendo. Al salir a la calle, paro un taxi. Buenos días, a Gerridge Street número 17. Cuando el taxi arranca, abro la carpeta. Se me describe como un sujeto obsesionado, paranoico. Dice que se prueba conmigo una terapia experimental de olvido inducido. Laser en el cerebro, terapia psiquiátrica, hipnosis. Se descarta la cirugía cerebral al considerarla excesivamente invasiva. Muchas drogas. Después de tres meses ingresado, se me da el alta. Se decide probar un medicamento nuevo. Una especie de toxina que ayuda al aletargamiento de los recuerdos. El cabrón escribió a mano. Tras quince consultas, es un ¡¡Éxito!! Me siento estafado. Me siento castrado. Me siento violado. Miro la fecha del tratamiento. Fue hace casi dos años, y no recuerdo nada. Si a este hijo de puta sólo lo conozco desde hace unos seis meses. El taxi para. Le doy un billete de 50. Me bajo y no recojo las vueltas. Subo a la oficina. Entro sin saludar a nadie. La jornada se ha acabado, pero en mi oficina casi nadie se va a la hora. Me encierro en mi despacho. Le doy mil vueltas. Me empieza a doler la cabeza. Involuntariamente echo mano al botecito. Está vacío y lo tiro a la papelera. Decido ir a hablar con Martin. Sólo puedo confiar en él. Cuando voy a entrar, su secretaria me dice que está con su esposa. Hago caso omiso. Abro la puerta.


-Hola Martin, hola Karen- saludo -Martin, ¿puedo hablar un momento contigo, por favor?

Me fijo en la sala. Es enorme. Unas cinco veces mi despacho. Pero está casi vacío. Una mesa grande, un Mac, dos sillas para las visitas y un cuadro que si no recuerdo mal, aún no hemos acabado de pagar, y no creo que lo hagamos nunca. Martin hace ademán de levantarse. Está vestido de smoking. Me acordé de la recepción en Buckingham Palace. Yo también estaba invitado. Lo había olvidado En una de las sillas de visitas, sentada de espaldas a la puerta está Karen. Siempre me ha caído bien, pero creo que yo a ella no. Siempre me evita. Lleva un vestido de noche palabra de honor, que deja al desnudo sus hombros. En el izquierdo, un pequeño tatuaje de un Hada me saluda como hacía tiempo que no hacía. Mi cabeza entra en ebullición. Mil recuerdos anteriormente castrados vienen a mi mente.


-Hola, Nick-responden los dos al unísono- Por supuesto, ¿Qué sucede?- dice ahora sólo él.

-Era para…preguntarte por el contrato Murdoch- sólo acierto a preguntar- ¿Cómo ha ido?

-Verás, Nicky, sólo puedo decirte…..¡que somos asquerosamente ricos!-dice- Han firmado. Buen trabajo. Pero mañana te cuento. Ahora llegamos tarde.
-Claro, claro - respondo - Adiós, Karen, adiós Martin – me despido de ellos mientras cierro la puerta.

Salgo del edificio. Enciendo un cigarrillo. Me tiembla la mano. Empiezo a revivir en mi cabeza los huecos de mi vida. Karen no era la Karen de Martin, era mi Karen. Era mi novia. Martin no era el socio mayoritario, era yo. Joder, hasta su despacho era mi despacho. Mientras ando en dirección a ninguna parte, recuperando mi vida, llego a Elephant and Castle. Cojo el autobús 12 y me siento. Recuerdo que era feliz con Karen. Tenía mi empresa de publicidad. La conocí en el metro, al celebrar con Patrick, jodido irlandés loco, mi socio, un San Patricio. Empezamos a hablar. Me dio su teléfono. Al día siguiente le llamé y quedamos en Vinopolis. Fuimos a cenar a un Restaurante Tailandés en Bank End, al lado de The Anchor. Hablamos toda la noche. Quedamos varias veces y poco a poco nos enamoramos y nos fuimos a vivir a Chelsea juntos, en una casa en Oakley Gardens. Ella me convenció de que dejase a Patrick y montase una empresa por mi cuenta. Me presentó a un publicista mediocre, un tal Martin, que me propuso montar una sociedad. Por Karen, acepté, pero me guardé la mayoría de las acciones. Las cosas iban bien. Estábamos muy felices, y en la empresa todo funcionaba correctamente. Gracias a mí, eso sí. Al volver de un viaje que hice con ella a Roma, descubrí que Martin había tirado a la basura un par de campañas que llevaba preparando desde hacía meses. Decidí darle la patada. Al volver a casa, entré en el dormitorio y los encontré en la cama. Todo se vino abajo. Salí disparado. Me aislé durante un par de días. Estaba en shock. Ella me llamó, y me dijo que fuera a casa para hablar. Yo aparecí para mandarle a tomar por culo, pero mientras discutíamos, alguien me puso un pañuelo en la nariz. Recuerdo que desperté aturdido. Vi a Tacker por primera vez. Estaba hablando con Martin. Y empezó el infierno de las drogas, y el encierro. Total, que acabé, sin mi casa, que es donde viven ellos, sin la mayoría de la empresa, sin Karen, y sin mi vida. Me han robado todo. Me bajo en Marble Arch, y sin pensarlo acabo en Hyde Park Corner. Me siento un pedazo de mierda, furioso, eso sí, pero un pedazo de mierda al fin y al cabo. Mi vida se ha esfumado. Mi pasado ya no está. Trato de recordar, y no sé si lo que he vivido es verdad o no. Me siento en un banco. Saco otro cigarrillo. Cierro los ojos y trato de concentrarme. Todos los recuerdos parecen contaminados por el doctor y esos dos hijos de puta. No sé qué hacer. De repente, vienen a mi mente recuerdos con aspecto puro. Mi primera bici, mi colegio, la hermana Mary, mi madre con una tarta de cumpleaños para mí, los días que salía con mi padre a cazar, la muerte de mis padres. Eso no han podido robármelo. Mi niñez está ahí, intacta. Eso me va a ayudar a dejarme en paz conmigo mismo. Esos recuerdos van a ayudarme a acabar con esas dos víboras.

Son las nueve de la mañana. Estoy de pie en un banco de madera. En la sala hay mucha gente y toda me mira a mí. Entra un hombre con gesto serio. Luego entran más persona. Empieza a hablar alguien, pero yo no le escucho. Esta vez de forma consciente, estoy en Oakley Gardens. Salgo de un coche que he alquilado. Me planto delante del número 7. En el suelo está el The Sun (siempre has sido un hortera, Martin), y en su portada la fotografía del doctor Tacker bajo el titular que decía algo de su salvaje muerte. Abro la puerta con la llave que solía guardar en el marco de la puerta de mi ex despacho. Ni siquiera han cambiado las cerraduras. Entro a hurtadillas. Subo al segundo piso. La puerta del dormitorio está entreabierta. Miro en el interior. Están durmiendo juntos en mi cama. Entro. Carraspeo fuerte a la vez que enciendo la luz. Ambos se despiertan y me miran aterrorizados. Empiezan a llorar, a suplicar, a prometer. Les mando callar. Me hacen caso. Debe ser mi cara de ira, o tal vez arrepentimiento. No, estoy seguro que es la escopeta que llevo en mis manos. Mi padre me enseñó a usarla cuando era niño. Nunca me entusiasmó la caza, pero me gustaba disfrutar de esos días con mi padre. Les apunto. Aprieto el gatillo. Toda la habitación se llena con el rojo de su sangre.


Estoy sereno. Sé que ha sido un recuerdo, no una alucinación. Lo sé porque no me duele la cabeza, porque no he tenido lagunas, porque recuerdo perfectamente lo que ha pasado a mí alrededor. El jurado me acaba de absolver. Acabo de recuperar mi vida.

homenaje a charlie kaufman, michel gondry, pierre bismuth

creadores de "olvídate de mí"

viernes, 31 de agosto de 2007

Diario de bitácora de EL CAMPEÓN




el campeón




Jasper era campeón de 100 m. lisos. Aquel día era la final de los Juegos Olímpicos. Por fin tantos sacrificios y renuncias iban a dar sus frutos. Ciento veintidós mil espectadores le jaleaban a él. Entre ellos estaba Cassandra, su novia. Jasper estaba muy tranquilo. Se había preparado bien. La temporada fue dura, pero estaba en su mejor momento. El Dr. McHown le preparó a conciencia. Una dieta equilibrada y estricta, seguimiento de todas y cada de las variables de sus análisis sanguíneos, masajes a diario, complementos vitamínicos, y esas jeringuillas de Poción Mágica, como le gustaba llamarlas, habían convertido a Jasper en una máquina perfectamente diseñada y engrasada. Había contado con todo el apoyo de Sam Madder, presidente de la federación. De hecho, estaba sentado al lado de Cassandra, en el día más importante de su vida. Los seres humanos normales tienen miedo al futuro, él no. Todos y cada uno de los días de su vida habían sido una preparación para este momento. Miró a las gradas, y ella, la luz de su vida, siempre que no estaba entrenando, le sonrió y le dijo con los labios cuanto le quería.

Jasper se despojó del chándal. Se puso sus zapatillas. El fabricante le tenía en nómina, se puso su pulsómetro, el fabricante le tenía en nómina, se puso sus gafas de sol, el fabricante le tenía en nómina. Empezó a estirar y pensó en lo curioso de estar en la pista con otros ocho competidores y delante de dos millones veintidós personas (Jasper era muy tonto y eso de los números no se le daba muy bien). La cámara se paró delante de él mientras el speaker decía su nombre. Lo tenía todo muy ensayado. Sonrió y mostró la señal de victoria con los dedos, a la vez de enseñar, casi descuidadamente su reloj, sus gafas y con un salto, sus zapatillas. Cuando la cámara pasó a su rival, su gesto se endureció. Con sus gafas puestas, miró de reojo a su principal competencia en la calle de al lado. Le escrutó como si de un jugador de póker se tratara.

Cuando el juez les dio la señal, se puso de cuclillas y en posición de salida. La concentración era máxima. No es difícil cuando no te puedes perder en tus pensamientos porque no los tienes. Era un expositor de publicidad que lo único que tenía que hacer era avanzar 100 metros como alma que lleva el diablo. Jasper salió incluso antes de ser capaz de procesar el disparo de salida. Un pitido marcó una salida falsa. El tren en que se había convertido el campeón tuvo que parar mientras miraba al juez tratando de ver si había sido él quién había cometido el error. En ese momento, un pequeño chasquido en su rodilla le metió el miedo en el cuerpo. No le importó que fuese su principal competidor quién hubiese sido avisado y no él, le preocupaba la rodilla. Estiró la pierna y se llevó a la zona dolorida la mano. Estiró un par de veces más la extremidad y el dolor remitió completamente en un segundo. Falsa alarma. Sonrió. Saltó un par de veces para testear su ex dolorida rodilla. Todo perfecto. Una tontería así no podía parar esa máquina perfecta en la que se había convertido.

Se dirigió andando despacio a su lugar de salida. Exudaba mucha más seguridad que antes de la fallida salida. Se fijó en la grada en la cara de alivio de Cassandra y Madder. Les dedicó la mejor de sus sonrisas. Se puso otra vez en posición. Espiró todo el aire de sus pulmones. La pistola resonó en todo el estadio. Ciento veintidós mil personas contuvieron la respiración. Jasper salió como un guepardo.

20 metros. Jasper sacaba casi un cuerpo al segundo. El campeón calculó a bote pronto la audiencia televisiva que estaría viendo su triunfo. ¿Trescientos mil millones?¿Setecientos mil millones?


40 metros. Sacaba algo más a sus rivales. La poción mágica del doctor McHown le daba, además de mucha más masa muscular, una seguridad en sí mismo.

50 metros. Le vino a la mente el profesor de primaria que le suspendió gimnasia. Le maldijo. Para una asignatura que aprobaba.

60 metros. Calculó que estaría pasando delante de Cassandra. No sucumbió a la tentación de girar su cabeza para mirarla. La ventaja se mantenía.

70 metros. Pensó en lo que diría en el programa de máxima audiencia que seguro que querría tenerle como invitado.

80 metros. La ventaja se había reducido un poquito, pero nada evitaría su medalla de oro. Apretó los dientes y subió un poco el ritmo. Si batía el record mundial, los patrocinadores matarían por firmar contratos con él.

85 metros. Su vida estaba asegurada. Tanto sufrimiento, tantas privaciones, todo por fin adquiriría sentido. No había tirado su vida a la basura. Se iba a convertir en un héroe nacional.

92 metros. Un clack. Su rodilla revientó. El dolor era insoportable. Su rival le superó por su izquierda. Las lágrimas de dolor sólo le dejaban ver una sombra borrosa que le adelantaba mientras Jasper caía al suelo. Las gafas salieron disparadas, el reloj explotó al caer al suelo mientras una de sus flamantes zapatillas salía disparada. Un grito salió de su garganta ahogando el “Oooooooooooohhh” de ciento veintidós mil personas. Se desvanecieron contratos, el récord mundial, la medalla de oro.

92 metros y medio. El doctor llegó a su lado. Él miró a la grada. Cassandra y Madden se habían levantado de sus asientos buscando intuitivamente un lugar por el que llegar a la pista. Su novia llevaba en las manos la bandera nacional en la que se iba a embutir para dar la vuelta de honor al estadio. Dos sanitarios llegaron y lo subieron en la camilla plegable. Se desmayó del dolor al entrar en la enfermería.

Cuando Jasper se despiertó, en la pequeña habitación estaban hablando bajito apartados el doctor, el presidente y la novia. Ellos se dieron cuenta que el no campeón se había despertado. El doctor dejó la radiografía encima de la mesa. Habían pasado tres horas. Cassandra tenía lágrimas en los ojos. Miró al fracaso tullido a los ojos. Miró al presidente y al doctor. Asintió. Le susurró a Jasper, “No te preocupes. Todo saldrá bien” y salió de la enfermería. El presidente le miró, y una sonrisa triste se le dibujó en el rostro.

- Tranquilo, Jasper, cuenta con nosotros. Doctor, creo que le duele. Recuerde que tenemos toda nuestra confianza en él.-dijo Madden mientras salía de la habitación.

El doctor llenó una jeringuilla. A Jasper le dolía mucho. El doctor, con un algodón, le limpió el dorso del brazo. “No te preocupes. Esto te relajará” murmuró el médico. “Todo se arreglará” pensaba Jasper mientras se quedaba dormido.

El doctor salió de la habitación. Fuera estaban el presidente y Cassandra. Le extiendió un papel a la mujer. Ella lo miró. El certificado de defunción de Jasper. Al fin y al cabo: ¿Qué hacer con un campeón que nunca más podrá ganar?

lunes, 27 de agosto de 2007

Diario de bitacora de la HISTORIA DE UNA CABINA

HISTORIA DE UNA CABINA




Unai trabaja en Telefónica. Lleva haciéndolo cerca de cinco años. Cuando una cabina no funciona, él tiene que ir a arreglarla. Es un empleo que no le entusiasma, pero le da dinero y tiempo libre. Resulta monótono. ¡No se imaginan la de cabinas que se rompen! O bien han robado la caja, han arrancado el auricular o bien simplemente tienen esa enfermedad por la cual las pobres cabinas se tragan las monedas y no ponen en contacto a la gente. Eso a Unai le da igual. A él le avisan, y él va y la arregla. No se plantea nada más. A Unai no le preocupan las buenas noticias que se dan desde sus cabinas, ni los besos que las parejas alejadas se mandan, ni la nostalgia que embarga a los inmigrantes cuando llaman a casa. Él simplemente las arregla.

En una ciudad como Vitoria tiene que haber muchas. Nunca cercanas cuando las necesitas, pero seguro que muchas. Entre diez y mil seguras. Y en todas ellas, alguien ha llorado alguna vez, o ha reído por un mal chiste. Pero si no está estropeada, ¿porque debe preocuparle?

Hoy Unai tiene un aviso. La cabina de Beato Tomás de Zumárraga, esquina con Fernández de Leceta está averiada. Hoy, esa es la única a la que Unai le importa. Podría ser alguna de Plaza de Desamparadas, o en la Virgen Blanca, pero no. Hoy sólo es esa cabina solitaria de Beato. Hoy también llueve y hace frío. Eso sí que le importa.

Aparca la furgoneta. Saca rutinariamente su caja de herramientas. Se dirige a la cabina. Se agacha. Unai acaba de encontrar una moneda de cincuenta céntimos. Va a llamar. Es lo que Unai siempre hace para comprobar la avería. Pero esa cabina no es como las de siempre. Esa cabina está sonando ahora. Unai mira a ambos lados. Sonríe. Coge el auricular y lo pone en su oreja izquierda. “Dígame” Es lo que él siempre dice. También podría decir “¿Siiiií?” o una combinación de ambas “¿Sí?, dígame”, pero el sólo dice “Dígame”. Una voz de mujer, que no de hombre le dice “¿Carlos?, hijo, que voz tienes. Mira, que es imposible que hoy comamos juntos. Es que verás, ha venido Cristina, ya sabes, mi compañera de la facultad en Zaragoza, esa rubia tan mona que era un poco petarda, pero muy maja.” Unai dice “Ajá”. La voz le dice “Pues eso, que va a pasar el día aquí y me ha llamado para comer. Ya sé que había quedado contigo, cariño, pero es un caso especial. Te recompensaré. Gracias por entenderlo, eres el mejor. Te quiero. Chao” Unai cuelga. Se siente mal. No sabe quién es la mujer que ha llamado. Pero sabe que Cristina no ha venido. Es más, sabe que la persona que le ha llamado está en un piso con su amante. Unai está convencido que la mujer no quiere al tal Carlos, y se siente mal. Muy mal. No hay recompensa en el mundo que le haga sentirse mejor.

Unai mete su mano en el bolsillo. Saca la moneda que se acaba de encontrar. Va a descolgar de nuevo el auricular y meter la moneda cuando el teléfono vuelve a sonar. Unai ya no mira a ambos lados. Sabe que es una mala noticia. “Dígame”. “Mikel, cariño. Soy papá. Hoy no te puedo llevar al cine. Me ha surgido una..... ¡ehem! REUNIÓN, y no puedo ir. Lo siento”. Unai, a punto de llorar, “No te preocupes. Lo entiendo.” “Gracias, campeón. Este fin de semana haremos lo que tu quieras.” Unai vuelve a colgar. Esta vez una lágrima de rabia cae por su mejilla. No hay ninguna reunión. Tan sólo un grupo de hombres hablando de fútbol en algún bar.

Unai coge aire. La moneda le marca la mano. No se atreve a introducirla en la ranura. Poco a poco su brazo se dirige a meter sus nuevos cincuenta céntimos. Unai se estremece. La cabina le vuelve a llamar. Duda si cogerlo, pero sabe que no puede evitarlo. El teléfono no dejará de sonar hasta que el conteste. “Dígame”. Un chico le dice “Ana, soy Juanjo. No pude llamarte ayer para felicitarte. Mi móvil se ha jodido, y en el cuartel había mucha gente en el teléfono. Ya ves que te llamo desde una cabina. Te había mandado el regalo por correo, pero me han llamado de Correos para decirme que ha habido un error y que te llegará pasado mañana. Pues eso, felicidades... ¿No estarás enfadada...?” Unai sólo puede colgar. Ni quiere, ni puede contestar. La impotencia y la ira le impide decir absolutamente nada. Él sabe que él olvidó su cumpleaños. Eso lo puede entender, pero que intente mentirle, eso no lo aguanta.

Unai ya ni intenta llamar. Sabe que otra llamada se lo va a impedir. Descuelga aburrido cuando vuelve a sonar. “Mari, que me han vuelto a liar en la oficina. Estamos de trabajo hasta arriba. Llegaré sobre las siete. Hasta luego” Unai vuelve a colgar. Sabe que quién le ha llamado lleva cinco meses sin trabajar. No entiende como trata de mentir. En una pareja es básica la confianza. ¿Cuánto tiempo se puede ocultar?

Unai se mete la moneda en el bolsillo. El teléfono suena. No va a volver a cogerlo. Se dirige a su furgoneta, coge un cartón, y con un rotulador, escribe algo. Se vuelve a la cabina, y allí lo cuelga. Da media vuelta, y monta en el lado del conductor. Unai se va, pero esa cabina no la olvidará.
Mateo tiene que llamar. Se acerca a una cabina en la calle Beato Tomás de Zumárraga, esquina con Fernández de Leceta. A quedado con una “amiga” y tiene que llamar a su mujer. Saca una moneda. Va a introducirla cuando ve un cartel en la cabina. “CABINA AVERIADA. NO ADMITE MONEDAS DE CINCUENTA CÉNTIMOS NI MALAS EXCUSAS. PERDONEN LAS MOLESTIAS.” Mateo se va a buscar otra cabina que sí le acepte sus mentiras.

Diario de bitacora de un CaZaDoR dE rÍoS

eL cAzAdOr dE rÍoS



Julián es policía municipal en Bilbao. Hacía un mes le tocaba guardia. Se dirigió a los juzgados, a entregar al juez su informe del caso Olleros. Un indigente había aparecido muerto flotando en la ría. Sus cosas se encontraron en el puente del Teatro Arriaga. Lo normal es que la investigación del caso no hubiera excedido de la semana, pero en esta ocasión, a Julián le había impresionado sobremanera.

Tras esperar en el despacho de la juez Elena Mendiguren cinco minutos, ésta entró. Ella traía dos cafés. Desde que trabajaron juntos en caso San Fran, había mantenido una buena relación. Julián miró su café humeante.

- Bien, Sánchez. Vamos a ver si nos damos prisa, que tengo un montón de cosas que hacer-dijo la juez- veamos, caso 05849-21/03. El vagabundo muerto. Lo recuerdo. ¿Trae su informe, Sánchez?
- Bueno,...más o menos- replicó Julián mientras sacaba un pequeño álbum- Es muchísimo más que un informe.
- ¿Pero se suicidó o lo mataron?- inquirió Elena- supongo que por lo menos tendrá una hipótesis.
- Se suicidó. Eso seguro

La mano extendida de Julián sujetaba temblorosa aquel desgastado álbum hacía la juez. Elena dejó su café en la mesa y recogió el libro. Lo ojeó por encima. Era un álbum que contenía fotos de ríos y puentes, y una especie de diario al lado de cada foto. Ella miró inquisitoriamente a Julián, hasta que éste le hizo un gesto de que lo leyera. Ella abrió la primera página y empezó.

La foto era de una ría serena y tranquila. Se veían tres pequeñas barcas de pescadores. Parecía ser primera hora de la mañana. Estaba sacada desde un puente.

4 de Junio de 2000 (Vilagarcia da Arousa)

“Lo he decidido. Como siga aquí, me voy a volver loco. Ha pasado cerca de un mes, y aún no he encontrado mi vida. Y aquí me es imposible seguir. Pero aunque me cueste el resto de mi vida, sé que está ahí. Yo lo sé, y todo el mundo está equivocado. Se lo voy a demostrar.”

Elena suspiró. Otro caso claro de indigencia y psicosis. Lo que no le cuadraba es que a Julián le hubiese impactado. Detrás de cada drama se esconden detalles morbosas, una vida dramática. Y Julián lo sabía de sobra, no parecía ser un caso diferente.

-Lea, lea- dijo de repente Julián- no es un caso como los demás.

Elena se ruborizó. Le molestaba profundamente que Julián supiese que consideraba una tontería algo que le había impresionado tanto. Posó sus ojos en la segunda foto. Era una foto de una ciudad del norte de Europa. Estaba lloviendo. Apenas se vislumbraba gente en las orillas del canal, y unos paraguas retorcidos daban a entender que un viento casi huracanado azotaba la ciudad. Había empezado a anochecer.

11 de Octubre de 2000 (Ámsterdam-Puente Singel-Canal Singel)

“A veces dudo que este haciendo lo correcto. Aquí tampoco me encuentro. Me duelo. Me siento mal conmigo mismo. Si tan siquiera fuese capaz de no morir un poco viendo esta agua. Son metálicas, duras. Estas no pueden ser”

Elena pasó de página sin levantar la cabeza del álbum. Se estremeció. Por fin entendió que no era caso normal. Posó sus ojos por la siguiente foto. Un precioso edificio de corte gótico se levantaba sobre la niebla, al otro lado del río. Un autobús rojo de dos pisos se desperazaba del vaho y alguien se diluía bajo una farola.

3 de Marzo de 2001 (Londres-Westminster Bridge-Támesis)



“Ante esta hermosura, cada vez estoy más esperanzado. No soy un loco, no puedo estar tan equivocado. Sé que este no es el lugar, pero en algún sitio tiene que aparecer. El agua corre siempre en dirección al mar, sólo tengo que dejarme llevar como si fuese en una corriente. Y al final de ese viaje, ahí estará, tiene que estar.”

Elena se asustó. Le hubiese gustado no seguir leyendo. Hubiese pagado millones por escribir Pero no pudo dejar de leer. Miró a Julián. Éste le veía, pero no le miraba. Estaba observando a través de ella, por la ventana. Miraba el gris Bilbao. La juez volvió sus ojos a aquel maldito diario de una obsesión. En la siguiente foto, un día rodeaba dos barcazas, una verde y otra roja. No se veía gente, pero un montón de coches pasaban frente a un hermoso edificio victoriano.

19 de Mayo de 2001 (Dublín-Ha’penny Bridge-Río Liffey)



“Dublín es un lugar curioso. Moderno, pero parece que el tiempo se ha detenido en ocasiones, y eso no deja a su río indiferente. Es más, si lo miras fijamente, parece que incluso el agua va hacia atrás. Ojalá la vida fuese como el curso de un río que va hacia atrás. Necesito volver del mar a la montaña, y olvidarme, olvidarme de estas lenguas de agua. Necesito llegar al final de mi búsqueda.”

Ni siquiera pensó en lo que acababa de leer. Ella también tenía que llegar hasta el final. La siguiente foto mostraba una de las escenas más cinematográfica del mundo, un lugar de esos que se llaman emblemáticos. Al fondo se veía la noche de Manhattan, huérfana de torres, llena de sueños. Las sujeciones del puente se entremezclaban con aquellas moles de cemento y cristal, majestuosas, pero con un aspecto frágil y desolador tras el 11-S.

26 de Noviembre de 2001 (New York- Brooklyn Bridge- Río Hudson)



“Estoy en el centro del mundo, pero creo estar aún lejos de mi objetivo. Millones de vidas se enfrentan a sí mismas aquí, en este gran río, por el que llegaron sueños envueltos en seres humanos, me impulsa a seguir. Todos los días pienso en abandonar, pero desde aquí, desde la esperanza que rodea este lugar, no puedo hacerlo.”



Una ciudad de luz llenaba todo el papel de la siguiente foto. Unos puestos de flores, tres pintores y una pareja que se besaba acompañaban un edificio, dentro del cual se erigía una gran pirámide de cristal. Elena se paró en la pareja. ¿Qué sería de ellos?¿Quiénes serían? Sonrió. Se imagino en que pensarían si supiesen que se acaban de convertir en una prueba judicial. La juez conocía el lugar. Hacía poco mas de dos semanas que había estado en ese mismo lugar. Le vino un vértigo brutal.


10 de abril de 2002 (París- Pont des arts- Río Sena)



“Aquí tampoco. El Sena lo llena a todo. Pensé que éste, el río del amor, me mostraría el camino. Me daría la razón. Pero no. La ciudad de las luces está a oscuras. Es una ciudad vacía, horrenda, como todas en las que no soy capaz de culminarlo.”

A la juez no le pasó desapercibido. Ella había estado en París. A ella le gustó, pero sabía que ella no buscaba ninguna respuesta, ella no estaba loca. Prosiguió. Un hermoso puente de piedra blanca era rodeado por unas lenguas de agua. La nieve acompañaba a un perro callejero, y unos grandes bloques de hielo se posaban sobre el curso del río como en un whisky on the rocks.

2 de Diciembre de 2002(Praga- Puente Carlos- Río Moldava)



“El aire en Praga es frío. Y yo también. Y mi obsesión conmigo. Estoy empezando a creer que lo mejor es volver a casa. Hace año y medio que busco, y todavía no tengo ni idea de que busco, de si realmente existe lo que sea. Creo que va siendo hora de empezar de nuevo. Cada foto me duele, y a pesar de sus diferencias, cada río es igual a otro, absolutamente vacíos para mí.”

Elena sabía que estaba cerca del final. Tosió. Sacó un cigarrillo de una pitillera que había encima de su mesa. Lo encendió y aspiró mientras veía la siguiente foto. Una mujer sonreía sobre el puente. Esa foto era diferente. El río no era el protagonista. Era ella. El río no era más que un mero actor secundario. Violento, pero secundario.



4 de Junio de 2003 (Venecia- Ponte di Rialto- Gran Canal)

“Se acabó. Ella no está. Tengo que asumirlo. Murió. Y yo con ella. No hubiese soportado verme así. Loco, sin vida, obsesionado. Ella no me lo hubiese permitido. Mi vida empieza de nuevo, la anterior se ha acabado. Vuelvo a casa, necesito descansar”

Elena posó sus ojos en la penúltima foto. Conocía bien el lugar. El Arenal, con el ayuntamiento le saludaba como todos los días ante sus ojos, pero los vio con más luz, más alegres. La verdad es que se dio cuenta de que nunca se había parado a admirarlos. Era la foto más hermosa de aquel album para ella. Leyó la última anotación.



12 de Septiembre de 2003(Bilbao- Puente Arriaga- Ría del Nervión)



“Es curiosa la vida. Cuando menos te lo esperas, cuando dejas de buscar, cuando miras, ahí está, lo encuentras, lo ves. Y yo lo he hecho, en un río que desmerece al lado de los anteriores, en una ciudad sin la importancia de las otras. Pero ella está aquí, y yo me voy a reunir con ella. No sé porque lo sé, pero estoy seguro. Desde que aquel coche cayó al río, me ha estado esperando aquí....”

Al final había una foto. Una fotografía de fotomatón. En ella, una pareja sonreía. Le dio la vuelta. “Xosiño, te quiero. Ana.”

- Entrañable- mintió la Juez aún temblando- ¿Y qué? Estaba loco, resulta una búsqueda ilógica y enfermiza. Sánchez, ¿su informe?
- No lo he hecho -respondió Julián-Cuando sacamos el cadáver, registré sus cosas. Había revelado la foto de aquí, fue al lugar desde el que se tiró. Escribió el texto, pegó la foto, y según los testigos, que llevaban más una semana viéndole merodear por aquí, hablando sólo, sonrió y saltó.
- ¿Y bien, Sánchez?
- El diario estaba en el suelo, la foto de fotomatón se había caído. Miré a la ría, y...-Julián calló- Les ví, le juro que les ví, a ambos. Hundiéndose, abrazados, besándose..

jueves, 23 de agosto de 2007

Diario de bitacora de unos DIARIOS DE VIAJES


diarios de viaje



En Vitoria me he hecho, y allí, en la Virgen Blanca, comencé viaje…
…en Bilbao conocí que el amor puede doler junto al Teatro Arriaga, y que el sexo furtivo es excitante,…
…en Donostia aprendí en la Concha que hacer daño duele,…
…en Elortza, descubrí Ojalá, me presentaron a Silvio Rodríguez en el comedor de una casa rural y me enamoré antes de que acabase una canción,…
…en Pamplona, en Estafeta, descubrí que los amores adolescentes pueden tomarse a risa,...
…en Hondarribia, bajo los balcones verdes, qué puedo besar con prisa, …
...en Bermeo, frente al puerto, que las leyendas no son más que cuentos, …
…en Zarautz que la dulzura no es suficiente, paseando por el Paseo Marítimo, y qué los perfiles desnudos de mujer son diferentes, …
…en Madrid aprendí que la dignidad no se paga, y en el Retiro comprendí que hay que tratar de hablarlo todo y que las llaves abren puertas, y asumí que pararse un rato puede hacerte perder una buena oportunidad, …
…en Sevilla, a la sombra de la Giralda, que no sólo los monstruos en los armarios dan miedo, …
…en París, arrojando una piedra al Sena, a despertarme con una mujer y sólo haber dormido, que lo bohemio es muy cutre y que hablar cuando crees que no te entienden puede salirte por la culata, …
…en Villajoyosa, al abrigo de sus casas de colores, aprendí a Besar, a Acariciar y a decir Te Quiero, …
…en Oporto, intuyendo los barcos, aprendí que el calor y el alcohol no son buenos compañeros, …
…en Barcelona, sujetando mi cartera en las Ramblas, conocí a Gaudí, la solidaridad, la emoción de lo prohibido y que nunca segundas partes fueron buenas, …
…en Castelldefels, comiendo un helado en su playa, supe que aunque nunca sean buenas, me gustan las segundas partes, que la luna no siempre está en el cielo, que no necesariamente es grande, sólo una o de un solo color, y que un beso es el comienzo de algo bonito, …
…en Londres, admirando el Tower Bridge, he aprendido a soñar en un futuro para toda una vida, y también que no hay futuro que dure toda una vida, …
…en Pontevedra, al pasar mi brazo por los hombros de Valle-Inclán, supe disfrutar de los sacrificios y que el brillo de los ojos de la persona amada vale millones, …
…en O’Grove, oteando las bateas, adiviné que la amistad no es sólo diversión, y que los amigos no siempre dicen la verdad, además de que el ron es un buen suero de la verdad, y que puede llegar a llover bajo techo, …
…en Gijón, bebiendo sidra en sus calles, que las ciudades obreras me gustan, y que hay que mirar los precios antes de sentarte a comer, …
…en Oviedo, frente a la Catedral, que las ciudades pijas no me gustan, a Woody Allen y que hay que mirar los precios de los parkings antes de aparcar, …
…en Valladolid, paseando por su Plaza Mayor, a ser niño, y el dolor de los celos,…
…en Povòa do Varzim, contando sus portales no correlativos, a contar mentiras, y que nos enamora lo inalcanzable, y que las banderas no son más que trapos, …
…Ceuta, callejeando por sus tiendas, me avisó que nada bueno se siente cómodo en el agua, pero no pillé el mensaje, …
…en Hendaia, vigilando la frontera, supe que todos alguna vez somos extranjeros, …
…en León, viendo su portada, la vida me enseñó a bofetadas que no siempre es bueno escuchar, que las palabras duelen, y a robar libros, …
…en Segovia, vigilando todas y cada una de las piedras de su acueducto, empecé a sacar tiempo para disfrutar de lo cotidiano, …
…en Logroño, calibrando los testículos de bronce de Espartero, llegué a la conclusión de que no todos los besos te hacen sentir bien aunque te apetezcan, …
…en Zaragoza, pateándome la Plaza del Pilar, me sentí por primera vez adulto, …
…en Comillas, encaprichándome de un Capricho, comprendí que la vida te pone sorpresas agradables delante de las narices, sólo hay que fijarse, …
…en Atenas, protegido por la imponente Acrópolis, agradecí al futuro que tengo más de un hermano, asimilé que nunca debo cerrarme a mí mismo, y llegué a llorar de felicidad, …
…en Elciego, sobre el doble del Guggenheim, aprendí a saborear y disfrutar del vino y que no todos los palacios son para princesas, …
…en Mave, comiendo en su Convento, aprendí a decir siempre la verdad y que la verdad te puede quemar las entrañas, …
…en Avilés, explorando sus plazas, me enseñaron a guiarme por mis intuiciones, y que, sobretodo, los piragüistas gallegos son gilipollas y no son de fiar, …
…en Allariz, en su museo de los curtidos, a disfrutar de la libertad, …
…en Rebolledillo de la Orden, disfrutando sus paisajes y sus gentes, a ser tolerante, amigo de mis amigos, a quererme, a amar con todo mi corazón al ser amado, y a odiar con todo mi alma al ser amado, y que del amor al odio hay sólo un paso, …
…en Tolosa, dando de comer a los patos en el río, me demostraron que las piernas de la Ley son largas y a todos nos pilla, …
…en La Laguna, escalando su campus universitario, aprendí a sentirme genial al cumplir mis promesas, …
…en Begues, bajo sus pinos, me dí cuenta de que el hogar lo creas tú, …
…en Girona, refugiado en su judería, supe vivir los oasis que te aparcan ante los ojos, …
…en Alar del Rey, girando removiendo cansinamente mi café con la cucharilla en Las Torres, me dijeron que mi mirada puede brillar, y que los portales pueden ser poco transitados, …
…en Lleida, tapándome del olor del Segre, comprendí que hasta las ciudades con ríos son feas,…
…en Tarragona, emulando a Espartaco en su anfiteatro, llegué a la conclusión de que te puedes fiar más de las piedras que de las personas, …
…en Zornotza, en su Herri Plaza, me amargué aprendiendo que los ídolos de oros son falsos, …
…en Burgos, bajo su catedral de Exin Castillos, la gravedad me mostró que te puedes fiar menos de las piedras que de las personas,
…en Ourense, atravesando su puente, asumí que nunca me drogaré y que una escalera supera a un full, …
…en Banyoles, aburriéndome en su lago, supe que el dinero no da la cultura, y sin cultura no hay humanidad, …
…y en Vitoria he aprendido a aterrizar, a crear un hogar, y a disfrutar recordando cada uno de mis viajes.

sábado, 4 de agosto de 2007

Diario de bitácora de LA FOTO



LA FOTO




Me llamo Xabier. Tengo un trabajo de mierda, 2853,63 euros en la cartilla, unos amigos aburridos y pedantes, un coche que no puedo pagar, un montón de problemas familiares, ninguna expectativa en la vida y una foto. Y lo más triste de todo es que tan sólo me preocupa la foto. Es más, hace dos semanas que sólo pìenso en ella, ni voy al curro, si es que aún tengo, no como y tan sólo tengo breves escarceos con el frigorífico a altas horas de la madrugada. Mi novia sé que está preocupada por mí, porque de vez en cuando le oigo a través de la puerta de mi apartamento llamando sin ton ni son. Creo que debería llamarla. Dormir es sólo algo que creo que me encantaba. Y el sexo, ja, lo más cercano al sexo que he tenido en estos quince días ha sido una erección matutina, y algún escalofrío en la espalda mientras miro esa maldita foto. Todo empezo hace tres semanas. Yo llevaba saliendo cuatro meses con Leire, pero intentando lograrlo llevaba más de tres años. Es decir, una relación basada en la insistencia y en cientos de cafés a las tardes. Para celebrarlo, con lo ahorrado en cuatro años como contable en una sucursal de la BBK, le propuse ir a París. Plan perfecto, hotelito, el Sena,... Aprovechando el puente, salimos el miércoles a las cuatro. No me entusiasma conducir, pero con Leire a mi lado, cualquier viaje me hubiese dado igual. Pero como en todo viaje que se precie, siempre te das cuenta de que te has dejado algo olvidado a los cuatrocientos kilómetros exactos. Y así fue. Atravesada la frontera por Hendaia, casi en Burdeos, nos dimos cuenta de que mi cámara de fotos estaba en el lugar en que yo la dejé para evitar que se me olvidase. Así que paramos en una gasolinera para poner gasolina, y de paso comprar una de esas cámaras de usar y tirar. Los preciosos ojos que había detrás del mostrador me convencieron para comprar dos, por apenas treinta euros. Me cobraron aquellas tetas perfectas, y las piernas más esculturales me dijeron "Aurrevoire", en el francés más excitante y sensual que yo haya recibido nunca. Y yo con la Torre Eiffel en la entrepierna, las cámaras en la mano, con Leire y con una obsesión me subí en mi Ford Focus. Antes de pasar diez kilómetros, ni la torre ni la obsesión por aquellos labios viajaban con nosotros. O eso pensaba yo. Llegamos a París a la una de la madrugada, y a pesar de ser la Ciudad de las Luces, no se diferencia gran cosa de cualquier otra ciudad grande de noche. Leire estaba muy emocionada, se lo notaba en los ojos y en que no paraba de hablar y de hablar rápido, casi sin sentido, pero de forma muy molesta. Nada más llegar al hotel, como todo turista cutre, pedimos a un tipo que pasaba que nos sacase una foto frente al edificio. Y allí empezó todo. Nos regristramos y apenas tuve tiempo de darme cuenta de en que momento exacto bajó mi bragueta. Intuyo que fue entre la recepción y el ascensor. Y allí, entre el primero y el segundo, tras detener el ascensor, echamos el polvo más sensual y furtivo que habíamos echado jamás. Cosas de París, dirás. Pero si conocieses a Leire, sabrás que es un encanto, pero lo más excitante que puedes hacer con ella es dejar la luz de la mesilla encendida. Ni siquiera pude encenderme el cigarrillo cuando entramos en la habitación, cuando me encontré de nuevo en posición vertical, con la boca de novia haciendome cosas que ni sabía si eran legales, y tú ya me entiendes. Y entonces pensé que ojalá la BBK habriese una sucursal en París, y que tendría que pedir el traslado. Tras breves lapsos de descansos, estuvimos toda la noche, no, Leire estuvo toda la noche follandomé. No me malinterpretes, me encanta cuando ella toma la iniciativa, pero era como estar echando un polvo con una completa desconocida. Después de desayunar, salimos a hacer turismo. Y era como una montaña rusa. Cada dos horas, yo era, como decirlo, asaltado por una mujer cada vez más excitada y excitante. Louvre, polvo en un servicio, Torre Eiffel, polvo tras unos matorrales en los Campos Elíseos, visita a la Ópera, polvo en Montmartre, visita al D`Orsay, polvo en el probador de Chanel. Así durante cinco días. Los cinco días más sexuales, satisfactorios y agotadores de toda mi vida. Como despedida, el último día, decidimos hacer lo típico. Cena romántica con Champán en una de las barcazas del Sena, paseo por la Ille de France, coche de caballos por la ribera del Sena, y noche en el hotel. Todo iba genial. Me besaba de una forma que se me olvidaba el dolor en mi espalda que me provocaban las marcas de sus uñas en uno o en todos de nuestros encuentros furtivos. Al llegar al hotel, ya en nuestra habitación, tomé entre mis manos la segunda cámara, ya que la primera la habíamos terminado. Comprobé el carrete, sólo quedaba una foto, y tras enfocar a una Leire excitadísima tumbada en la cama, disparé. Ahí acabó todo. El brillo de sus ojos cambió. Me tumbé sobre ella y la besé con pasión, tocándola como lo había estado haciendo en esos días de pasión, y ofreciéndome como lo había echo en aquel remolino que fue mi estancia en París. Ella me retiró las manos, apagó la luz, y me besó. Pero no sentí nada. Ni pasión, ni excitación. Nada. Hicimos el amor como en el gris Bilbao. Y nos dormimos, bueno, Leire se durmió. Y yo esperé que en cualquier momento mi amante despertase por el calor, y me arrancase de esta mala pesadilla. Pero fue el teléfono del hotel quien le despertó, a la hora convenida por nosotros. Hicimos las maletas, pagamos, y nos marchamos. Apenas hablamos durante el viaje, y le dejé en casa de sus Padres a eso de las diez de la noche. Ella me dijo que me quería, y yo no supe que contestar. Sólo estaba en estado de shock. Al día siguiente, antes de trabajar llevé las fotos a revelar, fotos que recogí al salir del curro. No abrí el sobre hasta llegar a casa. Y cual fue mi sorpresa, cuando en la primera foto, aquella foto frente al hotel de madrugada, salía yo, pero no con Leire, sino con aquella chica de la gasolinera que me vendió las cámaras de fotos. Y esta es mi historia. Puedes creer mi historia o pensar que estoy loco, pero contestamé. ¿Se puede ir a Roma por Burdeos?

Diario de bitácora de una TABERNA JUKEBOX


TABERNA "JUKE BOX"


Es un local de mala muerte
Donde se juntan cada noche
Los de siempre, se escriben guiones
Novelas negras, se escriben paginas
De trucos y maneras.
Se abre la puerta, se hace la niebla,
Entre los humos y los perfumes
Alguien entra.
CAFÉ QUIJANO
"LA TABERNA DE BUDA" de "La Taberna de Buda"






Hace unos dos años que mi amigo Aitor me comentó que quería montar un bar, un bar diferente. Le encantan las tabernas y la música, y pensó que lo que más le gustaría es que hubiese un bar donde cada cliente eligiese la música. No tardó demasiado en ponerse manos a la obra. Consiguió unos créditos, le encontré un local a su medida en la calle Coronación, y con una lentitud pasmosa se casó para siempre con su bar, al que llamó Juke box. El Juke box es una de esas máquinas antiguas de discos a lo James Dean. El sistema era simple, y a la vez espectacular. En cada mesa de aquel garito había una especie ordenador. Metes un par de monedas, y en pantalla te salen todas las canciones que puedes elegir, e incluso, llevar tú un CD, y en la misma mesa ponerlo previo pago. A la inauguración nos acercamos los colegas y toda suerte de curiosos, gorrones y vendedores de la zona. Las tres primeras semanas, con la novedad el local estaba lleno, pero poco a poco se fue vaciando, y Aitor fue aumentando las horas en su bar. Y paulatinamente fue de vivir de la taberna, a vivir para la taberna. Así, un miércoles cualquiera a las tres de la mañana, el local estaba lleno de putas, maderos, borrachos, alguna parejita discutiendo. Ya sabes, parroquia de muchas horas y molestias pero con poco gasto. En uno de esos días, al salir de una de esas aburridas cenas de negocios, tenía la boca seca de lamerle el culo al jefe, así que decidí pasar a hacerle una visita a Aitor. Había gente, bueno, gente por ser generoso, parecía una novela negra. Una puta relajaba sus caderas en la barra ante la atónita mirada de un borracho en la mesa seis. Al fondo, entre la diez y la doce, dos chicos hablaban en voz baja. Junto a la máquina tragaperras un parado que fingía trabajar esperaba a que su ficticia jornada laboral llegase a su fin para subir a su casa. Una parejita bailaba cansinamente al ritmo de la música, mientras se besaban como si fuese la última vez. Un tipo en la ocho miraba impacientemente el reloj, mientras una mujer preciosa de unos treinta y cinco daba cuenta de un Gin Kas de Bombay y miraba la pantalla. Yo fui hasta mi J&B Cola que me esperaba en la barra desde que Aitor me había visto aparcar. Parece mentira, pero un cubata da para mucho, y aunque creas que sí, el mundo no se para en ese preciso y precioso instante.


Si como yo eres, de los que prefieren,
Los placeres que brindan las mujeres,
Que pasan de los treinta.
Entre las casadas, busca tus amadas,
Los cuernos le pondrán a tu almohada,
Su sal y su pimienta
JOAQUÍN SABINA
"CUERNOS" de "El Hombre del Traje Gris
"


José Luis tiene 59 años, y trabaja en la Mercedes. Llegó de un pueblecito de Badajoz en los sesenta con el boom económico de Vitoria. Empezó trabajando en un taller, luego una fábrica, y a principios de los setenta entró a currar en la Mercedes. Su mujer, Marisa, vino con él a Vitoria, crió a su marido y a sus cuatro hijos. Hoy, el último se ha ido de casa, y ella se muere de angustia y de ganas por volver a Extremadura. Su vida en común, si lo piensas fríamente es la de casi dos desconocidos. Hace como tres años que ni tan siquiera se lanzan monosílabos, tal vez un gruñido de vez en cuando, pero nada más. Y en cuanto al sexo, aproximadamente una vez cada dos meses, un coito de unos tres minutos da lugar a toda suerte de ronquidos del "hombre de la casa" La herencia de sus hijos es un ordenador, y unas pequeñas clases de interné. Así, José, se aficionó a la cosa, probablemente para evitar los desagradables silencios con Marisa. Y descubrió un anuncio. Y allí conoció a estrellasolitaria, una mujer separada, de Vitoria, y con ganas de vivir. Y sus mensajes se multiplicaron, a horarios en los que Marisa no podía pillarle. Así, con el paso de las semanas decidieron quedar, cogió horas sindicales ya que era delegado de la UGT, y en el turno de noche quedaron en un bar de la Coronación, El "Juke box". Y ahí, en mi primer trago, José Luis sentado en la mesa ocho, miraba el reloj. Pasaban cinco minutos de la hora convenida. Sus manos sudaban. Pensó en Marisa, durmiendo en casa, y se le pasó por la cabeza el irse, él en el fondo la quería. Se decidió, se marcharía a acostarse al lado de su mujer, pidió la cuenta por el Gin Kas. Pagó, y se disponía a salir cuando entró una mujer entrada en años, con un pañuelo rojo como convino con estrellasolitaria. Él llevaría una americana gris con una insignia en la solapa izquierda para reconocerse. La miró al rostro, y se hundió. Era su esposa.

Ojalá que las hojas
No te toquen el cuerpo cuando caigan
Para que no las puedas convertir en cristal
(...)Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora
Un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
SILVIO RODRÍGUEZ
"OJALÁ" de "Al Final de Este Viaje"

Jaume y Gorka son dos buenos amigos, en fin, más que amigos. Jaume es de un pueblito de Girona, pero vino hace seis años a Vitoria, en parte por la falta de comprensión hacia su homosexualidad, en parte porque vino tras un jugador del Deportivo Alavés que le prometió el oro y el moro. En cuanto a Gorka, tiene un año más que Jaume, y contaba con treinta a la hora de mi cubata. Ambos trabajaban en una empresa de software afincada en Miñano. En una cena de empresa, tras recibir las calabazas de la secretaría tras la que andaba, un Gorka borracho se sentó al lado del raro del departamento de marketing, el catalán. Y tras irse yendo todo el mundo, Gorka se despertó al lado de Jaume, con una resaca más, pero con un peso menos encima, siempre lo había sospechado, pero nunca lo había reconocido. Él intentó evitar a Jaume, se sentía incómodo, pero tras seis días sin dormir, apareció en el rellano del apartamento de éste, desesperado y enamorado. Decidieron, bueno no, Gorka decidió seguir con su relación, pero en secreto. "Es más fácil ser marica en el departamento de marketing, y hasta vende, que en el de contabilidad", solía decir. Mientras, a Jaume, al principio le hacia gracia la idea. Poner a su amante en aprietos con e-mails salidos de tono, asaltos sexuales en los lavabos de la empresa o comentarios sin sentido delante de toda la plantilla que tan sólo un ruborizado marica novato entendía. Esto provocó más de una bronca, además de que la fama de chalado de Jaume en la empresa se considerase totalmente justificada. Poco después, dejó de serlo. Desplantes públicos, huidas en desbandada de bares y restaurantes ante la aparición de la directora de recursos humanos. En incluso obligó a Jaume a ver una estúpida película de dibujos animados el día que el subdirector de ventas coincidió con ambos en la cola del cine para ver la última de Woody Allen. No es que Pokemon 6 le horrorizase sobremanera, es que los desplantes duelen. En cuanto a la familia, era peor. Los padres de Gorka eran los clásicos carcas, y su hijo no podía ser un "maricón de mierda". Todo esto lo habría superado, con mayor o menor éxito. Pero seis días después de uno de los plantes de Gorka, se le ocurrió hacerle una visita sorpresa a su apartamento, y en su vida de gay apaleado, Jaume había visto muchas cosas, pero ver el rostro de su pareja metido entre los muslos de la vicepresidenta ejecutiva fue demasiado. En esos momentos, mientras yo bebía, Gorka trataba de explicarle el porqué, mientras Jaume juraba que era la última vez que se enamoraría, y menos de alguien que ni siquiera es capaz de reconocer que quiere, que es.

Te conocí en aquel viejo cabaret.
pagué tantas veces por subir la escalera
que lleva a tu habitación.
pasamos noches entre la lujuria y el alcohol.
Nunca tuve nada mejor.
(...)Ya era de día. Me dijiste "tengo que marchar"
aquella sonrisa roja de carmín,
la mirada triste al decir adiós.
Nena, nunca la podré olvidar
DOCTOR DESEO
"NUNCA LA PODRÉ OLVIDAR (BALADA PARA UNA PUTA)"
de "Tan Cerca del Cielo"

Gladys nació en Maracaibo, Venezuela, hace 29 años. Fue Miss Infancia, Miss Muchachita y miss Maracaibo, pero ni siquiera llegó a la final de Miss Venezuela, a pesar de acostarse con dos de los jueces. Este hecho le llevó a tal depresión, que se dio a la bebida, a las drogas. Al principio las fiestas a las que iba, le encantaban. La gente más chic de Caracas acudía, y casi se metía las rayas de farlopa con el mismo rulo que conocidos cantantes y actores venezolanos. Con el paso del tiempo, pasó de acostarse con tíos simplemente por pasar un rato, a hacerlo por unos gramos. Ya no era la modelo prometedora de antes, y los contratos escaseaban, y por desgracia, ni en Venezuela ni aquí, las facturas se pagan solas, salvo en Gestcartera y en el BBVA. Emigró a Colombia por un turbio asunto, y se dedicó a ligarse turistas extranjeros en Cartagena de Indias. Allí conoció a Manuel, un rico empresario de Madrid, y éste le convenció para irse con él a España. Y España no le solucionó la vida, ni mucho menos. Y los grandes hoteles en los que iba a vivir, se convirtieron en clubes de carretera, y la alta sociedad que iba a conocer se transformaron en camioneros sudorosos y borrachos impenitentes, y las joyas que iba a tener se evaporaron en bisutería de todo a cien, y los desfiles de lencería fina en Cibeles o Gaudí, se cambiaron por desfiles en tanga en Zaragoza o Ceuta. Su vida de ensueño, desembocó en el mayor de los infiernos. Pero por fin, la vida le sonrió. Un chaval joven se acostó con ella, y se enamoró. La visitó varias veces, le hacía regalos, la trataba con respeto. Algo tan simple como eso, para ella era como haber encontrado a un príncipe. Pagó la deuda por el viaje, y se la llevó a Vitoria. Fue el mes más bonito desde hacia tiempo, hasta que Lucas, que así se llamaba el chaval, murió. Y ella se encontró por azares de la vida, con un chulo putas, que además era un hijo puta, peor que en los clubes, y triste por ese chico de ojos grises que murió. Junto a mí y mi J&B, despachaba su bebida cuando otro joven de ojos grises, tan parecido a Lucas, entró. Pero no era él, era su chulo, que tras cogerle el dinero que llevaba, la hizo salir del local. Y ella deseó que de verdad Lucas hubiese muerto.
No sé por qué te estoy queriendo
por entre todo el campo de algodón
y te espero
en el beso de cada esquina del quiosco,
de la escuela, del portal,
y no sé por qué.
Un día vienes y otro te vas
ahora me quitas y ahora me das
ÁLEX RAMOS
"NO SÉ" de "Llegarás"
Laura es preciosa, y ella lo sabe. Toda la oficina anda tras ella, y ella de vez en cuando, se regala a algún compañero de trabajo, para posteriormente saltar a otro. Digamos que le divierte. Nunca se encontró a la horma de su zapato, y, a pesar de que nunca puedes decir nunca jamás, no lo hará. Es la ventaja de ser guapa, y de no tener falsas ideas sobre el amor. El único problema que tiene es el insomnio. Tan sólo duerme una hora, y se desvela. Entonces se viste, y suele salir a tomar alguna copa, y si es posible, llevarse compañía agradable a casa. Pero ahora no es lo que busca. Sólo quiere pensar. Hace cuatro meses, Alfredo, de la subdirección se despertó a su lado. Le divertía, era atractivo y en ciertos momentos dulce. Desde entonces, Laura se comportaba con él aleatoriamente. Un día sí, cuatro no, tres sí. Los nervios de Alfredo se deterioraron tanto como lo hizo su cara. Anteayer entró en el despacho de Laura con una intención clara. Saber que narices pasaba. le dijo que la quería y que se estaba volviendo loco. Ella le tranquilizó. Salieron a cenar, y Laura le buscó acomodo en lado izquierdo de su cama. Tras el cigarro de después, el le dijo que la quería, y ella no pudo evitar reirse, reirse por unas palabras tan vacías, a la vez que pretenciosas. Por eso, y por ver salir a un hombre hecho y derecho sin camisa y dando un portazo de su apartamento. ¿Qué pensaría de ella la vecina del B? Decidió no ser más cruel. En el almuerzo se disculparía, y trataría de tranquilizarlo otra vez. Y, ¿quién sabe?, tal vez se lanzaría a por el nuevo, con esa espalda tan sexy. Total, Alfredo ya le aburría. Pero éste no fue a trabajar, y ella se olvidó de él. Al salir del curro y de tomar un par de copas, abrió su buzón mientras el nuevo le abrazaba por la espalda y le acariciaba las tetas. Propaganda, y algún sobre. Nada importante. Mientras dormía el nuevo tras una agradable sesión de besos y polvos, y pensando en que se tenía que aprender su nombre, abrió todos los sobres, incluso uno sin remite ni sellos. Era una carta manuscrita de Alfredo, diciéndole adiós y explicándole todo lo que sentía por ella. Y a Laura, esta vez , no le dio por reírse. Se miró en el espejo, y se dio cuenta de algo que no recordaba. De que alijen enamorado se ve mejor su reflejo. Llamó a Alfredo, pero éste no contestó. Se encendió un cigarro, mientras pensaba en como decirle a él que le quería. Sonó el teléfono, el mismo que dos minutos después se hacía añicos en el suelo cuando alguien, al otro lado, le contó que Alfredo se había suicidado.
Si ella se va no la perdones
si te deja cultiva bien tu odio
nunca seas generoso en olvido si ella se va
si te deja no digas adiós
o qué vamos a hacerle no pidas perdón
no repases vuestras fotos
y mirándole a los ojos
regálale eterno tu odio

ISMAEL SERRANO
"INSTRUCCIONES PARA MANTENER EL ODIO ETERNAMENTE"
de "La Memoria de Los Peces"

Nekane y Julen bailan como cualquier otra pareja, pero no lo son. Bueno, ahora si lo son, pero en siete horas, ella tendrá que ir a recoger a Félix, su novio, a la estación. Y lo peor de todo, es que cuatro horas después, mientras Julen trabaje, Nekane, con su oficial, cogerán el coche para Madrid, donde se instalarán para vivir. Y seguramente, un Julen destrozado se preguntará que qué pasó, que qué hizo mal. Y Nekane, sólo pensará de vez en cuando en él, cuando se enfade con Félix, o en el momento en que se sienta sola. Y ese será su único castigo. Demasiado poco para el daño que causará. Pero antes de que eso llegue, él piensa distraídamente en los veinte días que ha pasado. En mil caricias, en doscientos abrazos, y en el tatuaje en forma de pez de la espalda de ella. Seguramente en lo afortunado que se siente. En aquel momento en que se acerco a aquel grupo de chicas, con las que se juntaron. En aquella estúpida conversación llena de tópicos, en aquel primer beso con sabor a ron y nicotina. Y sueña con el momento en que perdió el control y la seguridad en su propia posición, y en como dejó de tenerlo todo controlado dejándose llevar. En el momento exacto en que se dio cuenta que se había enamorado, justo cuando olió su cuello mientras ella dormía a su lado. Ella, por el contrario, piensa en lo bien que se lo ha pasado, en las cosas que Julen le ha dicho, cosas que hace tiempo que Félix no le dice, si es que se las dijo alguna vez. Probablemente en lo cómodo que le ha resultado tener a alguien pendiente hasta la extenuación, en el final de estas minivacaciones. Y mientras bailan, y se besan, pasarán las horas. Después ella, cuando se acuerde de este affaire, sonreirá, él, sin embargo, se castigará a sí mismo acusándose por haberla perdido, y poco a poco, olvidará, hasta darse cuenta de todo lo que la odia.

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El local encendió todas sus luces. Yo me acabé mi cubata, mientras mi cabeza despedía a todas y a cada una de las historias que os he contado cuando una por una salían por la puerta. Ayudé a Aitor a recoger, mientras el hacía la caja. Y al cerrar la persiana me dijo que esa era la última noche del Juke Box, que había encontrado curro, y que ese local no volvería a dar de beber de nuevo, a cualquier historia anónima, que igual moría allí, sin ser contada nunca a nadie. Ya ves, quizás la historia de Aitor podría haber sido más interesante, ¿O porqué no la mía?