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Paseantes por mis cuentos

lunes, 27 de agosto de 2007

Diario de bitacora de la HISTORIA DE UNA CABINA

HISTORIA DE UNA CABINA




Unai trabaja en Telefónica. Lleva haciéndolo cerca de cinco años. Cuando una cabina no funciona, él tiene que ir a arreglarla. Es un empleo que no le entusiasma, pero le da dinero y tiempo libre. Resulta monótono. ¡No se imaginan la de cabinas que se rompen! O bien han robado la caja, han arrancado el auricular o bien simplemente tienen esa enfermedad por la cual las pobres cabinas se tragan las monedas y no ponen en contacto a la gente. Eso a Unai le da igual. A él le avisan, y él va y la arregla. No se plantea nada más. A Unai no le preocupan las buenas noticias que se dan desde sus cabinas, ni los besos que las parejas alejadas se mandan, ni la nostalgia que embarga a los inmigrantes cuando llaman a casa. Él simplemente las arregla.

En una ciudad como Vitoria tiene que haber muchas. Nunca cercanas cuando las necesitas, pero seguro que muchas. Entre diez y mil seguras. Y en todas ellas, alguien ha llorado alguna vez, o ha reído por un mal chiste. Pero si no está estropeada, ¿porque debe preocuparle?

Hoy Unai tiene un aviso. La cabina de Beato Tomás de Zumárraga, esquina con Fernández de Leceta está averiada. Hoy, esa es la única a la que Unai le importa. Podría ser alguna de Plaza de Desamparadas, o en la Virgen Blanca, pero no. Hoy sólo es esa cabina solitaria de Beato. Hoy también llueve y hace frío. Eso sí que le importa.

Aparca la furgoneta. Saca rutinariamente su caja de herramientas. Se dirige a la cabina. Se agacha. Unai acaba de encontrar una moneda de cincuenta céntimos. Va a llamar. Es lo que Unai siempre hace para comprobar la avería. Pero esa cabina no es como las de siempre. Esa cabina está sonando ahora. Unai mira a ambos lados. Sonríe. Coge el auricular y lo pone en su oreja izquierda. “Dígame” Es lo que él siempre dice. También podría decir “¿Siiiií?” o una combinación de ambas “¿Sí?, dígame”, pero el sólo dice “Dígame”. Una voz de mujer, que no de hombre le dice “¿Carlos?, hijo, que voz tienes. Mira, que es imposible que hoy comamos juntos. Es que verás, ha venido Cristina, ya sabes, mi compañera de la facultad en Zaragoza, esa rubia tan mona que era un poco petarda, pero muy maja.” Unai dice “Ajá”. La voz le dice “Pues eso, que va a pasar el día aquí y me ha llamado para comer. Ya sé que había quedado contigo, cariño, pero es un caso especial. Te recompensaré. Gracias por entenderlo, eres el mejor. Te quiero. Chao” Unai cuelga. Se siente mal. No sabe quién es la mujer que ha llamado. Pero sabe que Cristina no ha venido. Es más, sabe que la persona que le ha llamado está en un piso con su amante. Unai está convencido que la mujer no quiere al tal Carlos, y se siente mal. Muy mal. No hay recompensa en el mundo que le haga sentirse mejor.

Unai mete su mano en el bolsillo. Saca la moneda que se acaba de encontrar. Va a descolgar de nuevo el auricular y meter la moneda cuando el teléfono vuelve a sonar. Unai ya no mira a ambos lados. Sabe que es una mala noticia. “Dígame”. “Mikel, cariño. Soy papá. Hoy no te puedo llevar al cine. Me ha surgido una..... ¡ehem! REUNIÓN, y no puedo ir. Lo siento”. Unai, a punto de llorar, “No te preocupes. Lo entiendo.” “Gracias, campeón. Este fin de semana haremos lo que tu quieras.” Unai vuelve a colgar. Esta vez una lágrima de rabia cae por su mejilla. No hay ninguna reunión. Tan sólo un grupo de hombres hablando de fútbol en algún bar.

Unai coge aire. La moneda le marca la mano. No se atreve a introducirla en la ranura. Poco a poco su brazo se dirige a meter sus nuevos cincuenta céntimos. Unai se estremece. La cabina le vuelve a llamar. Duda si cogerlo, pero sabe que no puede evitarlo. El teléfono no dejará de sonar hasta que el conteste. “Dígame”. Un chico le dice “Ana, soy Juanjo. No pude llamarte ayer para felicitarte. Mi móvil se ha jodido, y en el cuartel había mucha gente en el teléfono. Ya ves que te llamo desde una cabina. Te había mandado el regalo por correo, pero me han llamado de Correos para decirme que ha habido un error y que te llegará pasado mañana. Pues eso, felicidades... ¿No estarás enfadada...?” Unai sólo puede colgar. Ni quiere, ni puede contestar. La impotencia y la ira le impide decir absolutamente nada. Él sabe que él olvidó su cumpleaños. Eso lo puede entender, pero que intente mentirle, eso no lo aguanta.

Unai ya ni intenta llamar. Sabe que otra llamada se lo va a impedir. Descuelga aburrido cuando vuelve a sonar. “Mari, que me han vuelto a liar en la oficina. Estamos de trabajo hasta arriba. Llegaré sobre las siete. Hasta luego” Unai vuelve a colgar. Sabe que quién le ha llamado lleva cinco meses sin trabajar. No entiende como trata de mentir. En una pareja es básica la confianza. ¿Cuánto tiempo se puede ocultar?

Unai se mete la moneda en el bolsillo. El teléfono suena. No va a volver a cogerlo. Se dirige a su furgoneta, coge un cartón, y con un rotulador, escribe algo. Se vuelve a la cabina, y allí lo cuelga. Da media vuelta, y monta en el lado del conductor. Unai se va, pero esa cabina no la olvidará.
Mateo tiene que llamar. Se acerca a una cabina en la calle Beato Tomás de Zumárraga, esquina con Fernández de Leceta. A quedado con una “amiga” y tiene que llamar a su mujer. Saca una moneda. Va a introducirla cuando ve un cartel en la cabina. “CABINA AVERIADA. NO ADMITE MONEDAS DE CINCUENTA CÉNTIMOS NI MALAS EXCUSAS. PERDONEN LAS MOLESTIAS.” Mateo se va a buscar otra cabina que sí le acepte sus mentiras.

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