desrecuerdos
(forget, forgot, forgotten)
Mi cabeza revienta. Millones de ideas se agolpan cuando trato de descansar. Cuando trato de no pensar en nada, mi cabeza se dedica a jugarme malas pasadas. Cuando trato de olvidar, mis recuerdos vienen a mi mente. Veo imágenes a través de una especie de neblina.
Una espalda se libera del cierre de un sujetador rosa. El pelo cubre esos hombros. Trago saliva. Mi mano se dirige como hipnotizada a acariciarla. En cuanto la toca, la piel sobre mis dedos se estremece. La dueña de la espalda se ríe y suspira. Un tatuaje pequeño que no soy capaz de distinguir, me saluda alborozado desde su omóplato izquierdo. El cuello se contrae. La cabeza empieza a girar. Estoy a punto de ver su rostro. Las sábanas rojas llenan la habitación. Mi visión se funde a rojo y un dolor punzante me perfora las sienes.
Me despierto empapado en sudor. Cojo un pequeño bote vacío a la mitad. Saco una de las píldoras rojas que contiene. Me la meto a la boca mientras mi mano tantea la mesilla en busca de un vaso de agua. Doy un sorbo y trago. Mi corazón se relaja. Miro distraídamente el despertador. Las tres y cuarto. Me siento al borde de la cama. Busco dentro de mis pantalones y saco un paquete de tabaco. Mientras aspiro la primera calada, abro las cortinas y observo la calle. Londres duerme silencioso. La lluvia golpea la ventana. Romilly Street está desierta. Decido tumbarme, a ver si concilio el sueño. Enciendo el equipo de sonido. Bob Dylan me acompaña en mi soledad. Apago el cigarrillo y me pongo a pensar en lo que acabo de soñar, pero acabo conciliando un sueño rojo.
El despertador suena a las siete menos cuarto. Me levanto. Pongo la tetera al fuego. Mientras se prepara el desayuno me voy al baño, y me ducho. Durante unos minutos me quedo bajo el chorro de agua. Cierro los ojos.
El cartel de Clink Street me saluda. La lluvia me empapa. Miro el reloj. Las seis de la tarde han pasado. Me impaciento. Entro en Vinopolis. Miro a la barra. La camarera está leyendo un libro. Pido un Burdeos Cavernet Sauvignon. Tras pagar £3, me doy la vuelta. Sentada en una mesa hay una mujer de espaldas a mí. Me dirijo allí. Doy un sorbo a mi copa. El rojo del vino me nubla la vista. Un calor intenso recorre mis orejas hasta las sienes.
La tetera empieza a pitar. Un poco mareado y sin terminarme de aclarar salgo desnudo de la ducha. Voy mojando todo el pasillo hasta la cocina. Quito la tetera del fuego. Me quemo la mano. Pongo la bolsa de té en la taza y echo el agua. Vuelvo al baño y me acabo de secar. Mientras me termino de poner la corbata, me meto en la boca la tostada. Un pequeño dolor pasea por toda mi frente. Mientras cierro la puerta de casa me meto en la boca una de las pastillas del botecito. Compro el Daily Mail y llego a la estación del metro de Leicester Square. Busco mi tarjeta Oyster. Cuando la encuentro, paso el torno. Un músico callejero nos ameniza la espera asesinando a Dire Straits. El tren llega enseguida. Entro. Nunca hay asientos libres. Agarro la barra con una mano mientras sufro leyendo en el periódico una nueva derrota del Tottenham. Este año vamos de culo. En Embankment entra una mujer. Nuestras miradas se cruzan. Ella sonríe. Yo, avergonzado, pongo mis ojos en la foto de la final de cricket. Ella se va unos tres metros más allá. Al notar el movimiento del tren, levanto los ojos. Lleva una camiseta sin mangas de color verde. Me fijo en un pequeño tatuaje que lleva en el hombro.
Estoy contento. Me rio de un chiste malo de Patrick. Jodido irlandés borracho. Miro a la chica que está sentada de espaldas a nosotros. Las guinness que me he bebido en el pub celebrando el día de San Patricio hacen una apuesta con mi vergüenza y ganan. Decido acercarme a la mujer. Cuando voy a tocarle el hombro, la cazadora roja llena toda mi visión. Una jaqueca horrible me obliga a cerrar los ojos.
Alguien me empuja y mi periódico cae al suelo. La gente sale del vagón combatiendo con la gente que quiere entrar. Miro la placa de la estación. Euston. Me doy cuenta que hace unas siete estaciones que debería haber bajado. Consigo salir del metro casi al tiempo que empieza a cerrarse las puertas. Me siento muy raro, incluso algo preocupado. Busco mis pastillas y me tomo dos o tres de golpe. Cuando subo las escaleras llego a la Estación y salgo a Eversholt Street. Decido caminar un poco en dirección al río. Me paro en Tavistock y en un pequeño café, compro algo caliente para llevar. En frente, hay un parque. Decido sentarme en un banco. Busco mi teléfono móvil. ¿Cómo hostias se llama? ¿Doctor… Parker….Peker…? Ah, sí, Tacker. Busco su número en mi agenda del teléfono. En ese momento mi teléfono empieza a vibrar y a sonar. Instintivamente pulso el botón verde y me lo llevo al oído.
-¿Sí?
-Nick, soy yo. Ya sé que no te apetece, pero evitarme no solucionará nada.-dice una voz de mujer- Tenemos que hablar
-Joder. ¿Por qué siempre se empieza con un tenemos que hablar, para decir que se quiere dejar de hablar? No tengo nada que hablar contigo-replico
-No seas crío, Nick, te espero en casa. A las seis- me responde- No llegues tarde, como siempre
-Como siempre, vete a la mierda, Ka….- intento reponder, pero un dolor me hace llevarme la mano a la cabeza, y el rojo del teléfono no me permite ver nada más.
Cuando me quiero dar cuenta, mi teléfono está desmontado en el suelo. Busco la batería y doy con ella al lado de una lata de Dr. Pepper. Cuando consigo ponerla y cubrirla con su carcasa azul, lo enciendo. Marco el código y espero. Siempre me ha dado rabia el tiempo que pasa desde que enciendes el móvil y puedes empezar a usarlo. Me vuelve a sonar, y espero a tragar las pastillas que me he metido en la boca antes de contestar.
-¿Sí?-digo
-¿Nick? Soy Martin. ¿Dónde estás? Llevo esperándote dos horas. Por cierto, ¿porqué me has colgado antes?
-¿Cuándo?
-Por dios, Nick, acabo de llamarte y me has colgado
-Acabo de estar hablando con una….no sé. No me encuentro muy bien, Martin. Tienes el contrato encima de mi mesa. Voy a ir al médico. Encárgate tú, ¿vale?-balbuceo al bueno de mi socio
-Pero Nick, es tu traba….-intenta replicarme, pero el botón rojo le impide seguir hablando.
Concierto una cita con el doctor Tacker. No me puede atender hasta las seis y media de la tarde. Decido dar un paseo. Voy andando por Kingsway hasta la ribera norte del Támesis. Llego hasta Victoria Embankment. Siempre me ha relajado el río. Empieza a hacer frío. El otoño está dejando de ser un verano tardío. Anochece cada vez más pronto, y el frío te pilla desprevenido cuando menos te lo esperas. Encuentro un puesto callejero y me compro un sándwich y un té. En el primer banco que encuentro sin un okupa borracho o una turista encima me siento en el respaldo y empiezo a comer con desgana. Estoy preocupado. Llevo un tiempo con mareos, y empiezo a ver cosas. El doctor me dice que sólo son pequeñas cefaleas, y eso me produce aturdimiento. Pero yo no sé si creerle. La verdad es que las pastillas que me recetó me van muy bien. Me relajan. Es una eminencia. Me lo recomendó Martin.
Sigo andando por el río. Está muy marrón. Le da un aire distintivo, suele decir Patrick, el color distintivo de la mierda inglesa. Jodido irlandés. Sigo andando. ¿Quién coño es Patrick? Una vez más me vuelvo a asustar. Me suelen pasar estas cosas. Recuerdo cosas que no recuerdo. Hay gentes que de vez en cuando se dan un paseo por mi mente y sólo dejan una firma ilegible. O tal vez me estoy volviendo loco. Que jodido es el miedo. Nunca he sido muy hipocondriaco, pero me imagino un tumor creciendo en mi coco. Es muy jodido tener miedo.
Acabo el sándwich y el té y sigo andando en dirección este. En el puente del milenio echo un vistazo en dirección a la Tate modern. Siempre me ha parecido una mierda de edificio. Siempre hay cientos de pseudointelectuales sentados en un rollo hippie, tomando sus cafés de Starbucks y turistas perdidos. Sigo andando. Llego a uno de mis rincones favoritos de Londres. La Torre se levanta majestuosa ante mí. Al cruzar la mirada al margen opuesto del Támesis, veo el HMS Belfast, que me recuerda la guerra que nadie vemos y en la que nos vemos inmersos. Es una guerra que sale todos los días en la tele, y de la que casi nadie se acuerda. Es más fácil guerrear cuando las bombas estallan en otra panadería que no es la tuya, y el Chelsea no juega con riesgo a que suenen las sirenas. En frente mío, el Tower Bridge me enseña la típica postal que mandaría a alguien si sólo viniese de vacaciones a la city. Subo por Mansell Street, y me paro inconscientemente ante un escaparate. Es una agencia de viajes. Ofertas para Mallorca, Croacia, París… Tiene una de esas maquetas de aviones que planean en medio del ventanal. Me quedo mirando el avión.
Estoy en la terminal sur de Gatwick. Llego tarde. Malditos clientes. Miro mi reloj. El vuelo a Roma sale dentro de media hora. Allí está ella. Debajo del panel de salidas. Está de espaldas. Decido darle un susto. Le gusta que le tome el pelo. No puedo asustarla. Tan sólo puedo abrazarla por la espalda. La aprieto contra mí como si fuese la última vez. Ella me acaricia con fuerza los brazos. Aspiro el olor de su nuca. Estoy feliz. Miro al frente el gran reloj que domina la puerta de embarque. Es un reloj digital gigante cuyos números son rojos. Llego a tiempo. La voy girando poco a poco para besarla. Ella no para de reír. La voy a mirar los ojos, pero un clavo ardiendo en mi cabeza me impide mantener los ojos abiertos. Con los ojos entrecerrados observo que el rojo de los números digitales del reloj domina toda la terminal.
Alguien me pregunta si estoy bien. Es el empleado de la agencia. Me dice que llevo como veinte minutos parado delante del comercio. Miro el reloj. Las seis y cuarto. Me tambaleo un poco a causa del mareo. Me meto la última pastilla en la boca. Empiezo a correr en dirección a la consulta del doctor Tacker. Llego justo a la hora. La enfermera me hace pasar. El despacho está vacío. Estoy sudando a mares. Jadeo. Mi corazón late con fuerza. Me siento en la silla. La enfermera cierra la puerta. Observo toda la habitación. Está llena de títulos colgados en sus paredes. A mi derecha hay unas baldas llenas de libros. A la izquierda hay una camilla y un biombo. Junto a estos, un armario con cosas de médicos. Encima de la mesa hay un cerebro de plástico qué, cómo comprobé anteriormente, se desmonta en unos mil pedazos y no da tiempo a montarlo antes de que el doctor aparezca. También está su teclado y una pantalla del ordenador. Es ordenado el doctor Tacker. No tiene muchos papeles. Mi mesa tiene montañas de ellos, sin embargo aquí tan sólo hay una carpeta solitaria. Es difícil leer al revés. SHUTON , NICHOLAS. Ajá, ese soy yo, y seguro que dentro está mi tumor. Entra el doctor. Nos saludamos. Me pregunta por la urgencia, que si me encuentro bien. Le cuento lo de mis mareos, lo de mis alucinaciones, lo de las lagunas mentales. Él le quita importancia. Me habla de stress, de tensión. Me dice que es lógico. Me pregunta por mis pastillas, que si me quedan suficientes. Le miento diciendo que sí. No sé porqué. Me jode que me trate como un niño pequeño. Me recomienda relajación. Me dice que me tome unos días. Yo asiento, pero le digo que estoy muy preocupado. Me da la tarjeta de un amigo suyo. La leo. “George Harrington. Psiquiatra” Me dice que es posible que todo sea psicosomático. Que estoy trabajando mucho. Le replico que me gusta más la idea de las vacaciones. Que me tomaré unos días. Probablemente me iré a Italia, siempre he querido hacerlo. Él me dice que necesitaré más pastillas. Va a buscarlas. Miro la carpeta. Instintivamente la abro. Sólo leo la primera frase. En rojo, SUJETO EXPERIMENTAL. Cojo la carpeta y salgo corriendo. Al salir a la calle, paro un taxi. Buenos días, a Gerridge Street número 17. Cuando el taxi arranca, abro la carpeta. Se me describe como un sujeto obsesionado, paranoico. Dice que se prueba conmigo una terapia experimental de olvido inducido. Laser en el cerebro, terapia psiquiátrica, hipnosis. Se descarta la cirugía cerebral al considerarla excesivamente invasiva. Muchas drogas. Después de tres meses ingresado, se me da el alta. Se decide probar un medicamento nuevo. Una especie de toxina que ayuda al aletargamiento de los recuerdos. El cabrón escribió a mano. Tras quince consultas, es un ¡¡Éxito!! Me siento estafado. Me siento castrado. Me siento violado. Miro la fecha del tratamiento. Fue hace casi dos años, y no recuerdo nada. Si a este hijo de puta sólo lo conozco desde hace unos seis meses. El taxi para. Le doy un billete de 50. Me bajo y no recojo las vueltas. Subo a la oficina. Entro sin saludar a nadie. La jornada se ha acabado, pero en mi oficina casi nadie se va a la hora. Me encierro en mi despacho. Le doy mil vueltas. Me empieza a doler la cabeza. Involuntariamente echo mano al botecito. Está vacío y lo tiro a la papelera. Decido ir a hablar con Martin. Sólo puedo confiar en él. Cuando voy a entrar, su secretaria me dice que está con su esposa. Hago caso omiso. Abro la puerta.
-Hola Martin, hola Karen- saludo -Martin, ¿puedo hablar un momento contigo, por favor?
Me fijo en la sala. Es enorme. Unas cinco veces mi despacho. Pero está casi vacío. Una mesa grande, un Mac, dos sillas para las visitas y un cuadro que si no recuerdo mal, aún no hemos acabado de pagar, y no creo que lo hagamos nunca. Martin hace ademán de levantarse. Está vestido de smoking. Me acordé de la recepción en Buckingham Palace. Yo también estaba invitado. Lo había olvidado En una de las sillas de visitas, sentada de espaldas a la puerta está Karen. Siempre me ha caído bien, pero creo que yo a ella no. Siempre me evita. Lleva un vestido de noche palabra de honor, que deja al desnudo sus hombros. En el izquierdo, un pequeño tatuaje de un Hada me saluda como hacía tiempo que no hacía. Mi cabeza entra en ebullición. Mil recuerdos anteriormente castrados vienen a mi mente.
-Hola, Nick-responden los dos al unísono- Por supuesto, ¿Qué sucede?- dice ahora sólo él.
-Era para…preguntarte por el contrato Murdoch- sólo acierto a preguntar- ¿Cómo ha ido?
-Verás, Nicky, sólo puedo decirte…..¡que somos asquerosamente ricos!-dice- Han firmado. Buen trabajo. Pero mañana te cuento. Ahora llegamos tarde.
-Claro, claro - respondo - Adiós, Karen, adiós Martin – me despido de ellos mientras cierro la puerta.
Salgo del edificio. Enciendo un cigarrillo. Me tiembla la mano. Empiezo a revivir en mi cabeza los huecos de mi vida. Karen no era la Karen de Martin, era mi Karen. Era mi novia. Martin no era el socio mayoritario, era yo. Joder, hasta su despacho era mi despacho. Mientras ando en dirección a ninguna parte, recuperando mi vida, llego a Elephant and Castle. Cojo el autobús 12 y me siento. Recuerdo que era feliz con Karen. Tenía mi empresa de publicidad. La conocí en el metro, al celebrar con Patrick, jodido irlandés loco, mi socio, un San Patricio. Empezamos a hablar. Me dio su teléfono. Al día siguiente le llamé y quedamos en Vinopolis. Fuimos a cenar a un Restaurante Tailandés en Bank End, al lado de The Anchor. Hablamos toda la noche. Quedamos varias veces y poco a poco nos enamoramos y nos fuimos a vivir a Chelsea juntos, en una casa en Oakley Gardens. Ella me convenció de que dejase a Patrick y montase una empresa por mi cuenta. Me presentó a un publicista mediocre, un tal Martin, que me propuso montar una sociedad. Por Karen, acepté, pero me guardé la mayoría de las acciones. Las cosas iban bien. Estábamos muy felices, y en la empresa todo funcionaba correctamente. Gracias a mí, eso sí. Al volver de un viaje que hice con ella a Roma, descubrí que Martin había tirado a la basura un par de campañas que llevaba preparando desde hacía meses. Decidí darle la patada. Al volver a casa, entré en el dormitorio y los encontré en la cama. Todo se vino abajo. Salí disparado. Me aislé durante un par de días. Estaba en shock. Ella me llamó, y me dijo que fuera a casa para hablar. Yo aparecí para mandarle a tomar por culo, pero mientras discutíamos, alguien me puso un pañuelo en la nariz. Recuerdo que desperté aturdido. Vi a Tacker por primera vez. Estaba hablando con Martin. Y empezó el infierno de las drogas, y el encierro. Total, que acabé, sin mi casa, que es donde viven ellos, sin la mayoría de la empresa, sin Karen, y sin mi vida. Me han robado todo. Me bajo en Marble Arch, y sin pensarlo acabo en Hyde Park Corner. Me siento un pedazo de mierda, furioso, eso sí, pero un pedazo de mierda al fin y al cabo. Mi vida se ha esfumado. Mi pasado ya no está. Trato de recordar, y no sé si lo que he vivido es verdad o no. Me siento en un banco. Saco otro cigarrillo. Cierro los ojos y trato de concentrarme. Todos los recuerdos parecen contaminados por el doctor y esos dos hijos de puta. No sé qué hacer. De repente, vienen a mi mente recuerdos con aspecto puro. Mi primera bici, mi colegio, la hermana Mary, mi madre con una tarta de cumpleaños para mí, los días que salía con mi padre a cazar, la muerte de mis padres. Eso no han podido robármelo. Mi niñez está ahí, intacta. Eso me va a ayudar a dejarme en paz conmigo mismo. Esos recuerdos van a ayudarme a acabar con esas dos víboras.
Son las nueve de la mañana. Estoy de pie en un banco de madera. En la sala hay mucha gente y toda me mira a mí. Entra un hombre con gesto serio. Luego entran más persona. Empieza a hablar alguien, pero yo no le escucho. Esta vez de forma consciente, estoy en Oakley Gardens. Salgo de un coche que he alquilado. Me planto delante del número 7. En el suelo está el The Sun (siempre has sido un hortera, Martin), y en su portada la fotografía del doctor Tacker bajo el titular que decía algo de su salvaje muerte. Abro la puerta con la llave que solía guardar en el marco de la puerta de mi ex despacho. Ni siquiera han cambiado las cerraduras. Entro a hurtadillas. Subo al segundo piso. La puerta del dormitorio está entreabierta. Miro en el interior. Están durmiendo juntos en mi cama. Entro. Carraspeo fuerte a la vez que enciendo la luz. Ambos se despiertan y me miran aterrorizados. Empiezan a llorar, a suplicar, a prometer. Les mando callar. Me hacen caso. Debe ser mi cara de ira, o tal vez arrepentimiento. No, estoy seguro que es la escopeta que llevo en mis manos. Mi padre me enseñó a usarla cuando era niño. Nunca me entusiasmó la caza, pero me gustaba disfrutar de esos días con mi padre. Les apunto. Aprieto el gatillo. Toda la habitación se llena con el rojo de su sangre.
Estoy sereno. Sé que ha sido un recuerdo, no una alucinación. Lo sé porque no me duele la cabeza, porque no he tenido lagunas, porque recuerdo perfectamente lo que ha pasado a mí alrededor. El jurado me acaba de absolver. Acabo de recuperar mi vida.
homenaje a charlie kaufman, michel gondry, pierre bismuth
creadores de "olvídate de mí"
1 comentario:
cojonudisisisisismo, ..
en serio ma enkantao
gorrinin.
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