Ella se acerca. Cierro los ojos con tanta fuerza que me duelen los párpados. Ella dice algo que no entiendo. Los abro de nuevo. Me libro del corchete del sujetador como lo haría un desactivador ante un explosivo. No cabe duda que a pesar de los años de experiencia es un rival terrible. Consecuente, duro, ineludible, inasequible. No es lo mismo que ella haga el trabajo. Y deja marca. Ya sabeis. Esa marca que queda en la espalda de las mujeres cuando se suelta. Algo que te dice permanente "Aquí estuve yo" No cabe duda. Las mejores victorias las disfrutas en función del rival. Su espalda liberada me guiña un ojo. No puedo evitar posar mis labios ahí donde el maldito Victoria's Secret aún ocupa un hueco que aún distrae a mi mente. Mi lengua va siguiendo su columna, lenta y metódicamente. Mis manos llenan sus hombros y torpemente siguen el dibujo de sus clavículas. Un suspiro sale de su boca, anunciando la rendición. Le huelo el pelo. "¿Coco?", pienso. "Centraté" me ordeno. Lentamente le voy dando la vuelta. Por sorpresa su boca encuentra la mía. Dura un segundo que me parece eterno. Musita algo mientras se pelea con mi cinturón. Ellas tienen sus sujetadores, nosotros nuestros cinturones. ¿Es justo, no? Pero ella sabe como hacerlo. Va bien. Para no aceptar mi derrota en este combate desigual, acabo yo el trabajo. Lo suelto. Y uno a uno voy soltando los botones de mis vaqueros. Desde arriba a abajo, tirando de la parte superior. Me está entrando el miedo escénico. ¿Que calzoncillos llevo? Con discrección libero mis labios de los suyos y miro para abajo. Veo como su mano me empieza a acariciar por dento de...., ¡Bingo!, mis Calvin Klein nuevos. El Dios del Sexo esporádico vuelve a hacer un milagro. Y yo soy su pastor. Separa sus manos de mis caderas manteniendolas dentro de la goma de mis calzoncillos mientras bajan acariciando con las yemas de los dedos mis muslos. Los CK bajan hasta mis rodillas. "Joder, 60€ para quince segundos de gloria. Mierda" Su boca me besa debajo de mi ombligo. Le beso en la nuca. "Guayaba", pienso. "Mierda puta. ¿Que coño es la guayaba?¿Como huele la guayaba? ¿Por qué estoy pensando en la guayaba?" Sus labios me sacan de esta discusión gilipollas conmigo mismo. Siento una explosión eléctrica en mi espalda y mis rodillas flaquean. "Te vas a enterar" pienso mientras la tumbo en la cama en la que ella está sentada y me dispongo a superar otra prueba como las de Hércules. El puto cinturón. Juego torpemente con la hebilla de su cinturón de mujer mientras hago un intento ridículo de besarla para distraerla de mi estulticia. "¿De verdad estoy besando a un pibón semidesnudo y se me ocurre pensar en la palabra estulticia?" Ella como mujer ve mis problemas con su hebilla y hace el trabajo soltándolo en dos diez. Desato el botón. Voy bajando la cremallera lentamente, de pie inclinado sobre ella. La miro. Dios, es preciosa. Sus ojos se me clavan. Sonrío como un bobo. Ella lo hace como una Diosa. "Mierda, las comparaciones son odiosas" Sí, ostias, las comparaciones son odiosas sobre todo si sales perdiendo. Sus Levi's caen al suelo. "¿Cuándo han caído? Mierda, tío, concentraté" Unas braguitas verdes de licra me saludan. No un microtanga de esos que, lo reconozco, no me gustan nada. Son unas de esas de semipantalón o como se diga. De repente me doy cuenta de la situación. Ella está maravillosa, vestida con sus bragas verdes y nada más. Yo inclinado, con la ley de la gravedad haciendo de las suyas con mi barriga cervecera, temblando como un chaval de quince años en el primer día que toca teta por encima, con unos CK de 60 € (¡60€! y son un gurruño ridículo) a la altura de mis rodillas y unos calcetines negros con la goma a diferente altura para más inri. Ya perdí. Lo voy a disfrutar más que ella, pero he perdido, lo sé. Antes de hacer lo mismo con ella, me libro de los calzoncillos y con un saltito ridículo trato de cogerlos en el misma acción. ¡Error! El calzoncillo hace una parábola imposible, la punta de los dedos de mi mano derecha rechazan la tela como dos imanes de polaridad igual, escapando de mi radio de acción con tan mala suerte que aterrizan sin ningún cuidado ni rubor en medio de su frente. Ella casi desnuda, tumbada bocarriba en una cama de hotel, con la piernas flexionadas tocando sus pies el suelo. Yo en plan flamenco, con un pie en el suelo, la pierna estirada haciendo equilibrios y la otra torcida sostenida en el aire hacía mi izquierda. Y unos CK que ahora ya odio en medio de su frente. La miro a los ojos pidiendo disculpas por el momento gilipollas y a la vez en mi cabeza maldiciendo al cabrón del Duende del Polvo Cutre. Ella me mira a los ojos. Yo trato de alejar mi mirada. Un mundo. Creo que la Guerra de los Cien Años duró menos. Un frío glaciar recorre toda mi columna vertebral paralizándome. Ella ríe. El reo ha sido liberado. Trato de respirar pausadamente. Libra su cara de mi calzoncillo. Aún no puedo creérmelo. Trato de no confirmar sus sospechas de que soy un imbécil. Cierro los ojos y suspiro. Crasso error. El último J&B Cola se esfuerza por recuperar la libertad. Estoy mareado, y la falta de oxígeno en mi cerebro no ayuda. Un "joder" se escapa de mis labios. Un "¿Que pasa? No te preocupes, esto a veces pasa." me humilla desde su boca mientras esos ojos increíbles me miran con condescendencia. Pongo cara de bobo. No, mejor. Pongo cara de más bobo. "No es eso, no es lo que piensas" me disculpo. Ella sonríe. Yo me duelo. "Estoy un poco mareado. ¿Te importa si me mojo un poco la cara?" "Sí" miente mientras ríe viendo mi cara como un recién afectado por un infarto agudo. Tardo en reaccionar. Me levanto con movimientos rítmicos, pausados. Me dirijo al baño. Voy cogiéndo aire a bocanadas rítmica para tratar de oxigenarme y evitar el efecto góndola. Un marmol rosa me deslumbra con su horterada de campeonato. Abro el grifo. Pongo el tapón del lavabo completando mi ritual. Espero que el mismo se llene más de la mitad. Meto las manos en el agua haciendo una cacelota con ambas. Unas manos me abrazan desde atrás. Ni me había dado cuenta que había entrado. Unos labios se posan en mi espalda mientras el agua me aclara las ideas. Mojo mi pelo mientras su mejilla reposa en medio de mi espalda. El agua rebala por mi cara mientras busco a tientas la toalla. Antes de culminar mi propósito, ella me gira. "Te vas a mojar" susurro. "Me apetece" dice en el poco tiempo que le queda mientras me besa. Cierro los ojos como un autómata. "No quiero que esto acabe" pienso mientras concentro hasta a la última de mis neuronas tratando de sacarles hasta la última brizna de mi potencial deseando que el tiempo se detenga y este momento no pase jamás. A tientas, y en mi oscuridad, sin abrir los ojos, ella extiende su brazo y palpa buscando el grifo de la ducha. El ruido del agua me saca de mi ensimismamiento. Ella separa sus labios de los míos. Ella separa su cuerpo desnudo del mío. Ella me separa de mi trance. No me atrevo a abrir los ojos. No me lo creo. Estar ahí. Estar con ella. Noto que anda hacia atrás. Su mano aún sostiene la mía. Noto como su brazo se estira y me guía adelante. Por instinto elevo el paso unos diez centímetros que es la altura que creo recordar del plato de la ducha. La mampara roza mi brazo izquierdo. Mi cuerpo empieza a mojarse. Me atrae hacia ella mientras me abraza. El chorro de agua me empapa. Me cuesta mantener los ojos cerrados. El agua se cuela entre nosotros. El agua es insabora, dicen. Pero ese sabor a agua domina todo mientras mis labios buscan a tientas de nuevo los suyos. En el camino, se encuentran torpemente con su nariz. La beso. Mis manos cojen su cara. Ahora sí abro los ojos. Tiene sus maravillosos ojos oscuros cerrados. Mis labios dejan escapar un te quiero sordo y furtivo. Ella los abre y yo disimulo, avergonzado por semejante temeridad suplicando que no haya visto nada. Su mirada atrapa la mía, y sus ojos no abandonan la trayectoria. Micorazón se desboca como un purasangre en el derby de Kentucky. Sonríe y me contagia. Pone sus manos en mi pecho y me acaricia suavemente. El vapor nubla la mampara de cristal. La acerco hacia mí. Me abraza poniendo su mejilla en la ausencia de sus manos. Cierra los ojos otra vez. Nos meto justo bajo el chorro dejando la huella de mi mano en la condensación. Mi barbilla se apoya en su cabeza y los dedos de mi mano izquierda se enredan en su pelo. Pasa sus manos por detrás de mi cuello mientras yo hago lo mismo a la altura de sus caderas. Ella se sube a mis pies como si bailasemos una balada lenta. Folsom Prison Blues de Johnny Cash se pasea por mi mente. Me estoy volviendo loco. Me encantas, Johnny, pero no cabemos los tres en esta ducha y el que sobras eres tú. Ella me empieza a besar el cuello suave y lentamente. Yo sonrío. Poco a poco, los besos se van transformando en mordisquitos, éstos en mordiscos para acabar casi en dentelladas. Se me eriza la espalda entera. Johnny deja su sitio en mi mente a las Leonas del Serengeti de los documentales de la 2, paseando a la gacela cogida por el cuello como trofeo. Ya no estoy loco, estoy enfermo. Se sube a horcajadas encima mío. La Koala australiana no abandona mi cuello. Mientras, intento apagar el chorro del agua. Lo logro. Vuelvo a escalar los diez centimetros del plato de la ducha como buen sherpa. Dudo un segundo si parar y coger una toalla. Mis prisas ganan y acelero el paso hasta la cama. Arrojándonos sobre ella, peleamos girando sobre nosotros mismos, hasta que logra ponerse encima. Ha vuelto a vencer. Me besa en los labios y va bajando rítmicamente, por mi cuello, la acaricio la espalda ,por mi pecho, cierro los ojos con mucha fuerza, por mi omblígo, suspiro, por mi...
Ella dice algo. Un gemido se me escapa y no la oigo. Lo repite más alto, pero mis neuronas aún no procesan. Abro los ojos. Ahí está ella, borrosa, pero aclarándose poco a poco. Vestida. Me siento decepcionado. Repite por cuarta vez. "¿Perdona, tienes hora?" Me recompongo rapidamente. Miro alrededor. La terraza del Toba's está llena. Miro mi reloj. "Las dos y cinco" digo. "Gracias" se despide con extrañeza en su mirada mientras se aleja hasta donde está su amiga. Se alejan riéndose mientras de vez en cuando miran para atrás hacía mí. Un calor ardiente asoma en mis mejillas que intuyo rojas. Suspiro. "Tengo que controlar mi cabeza" Mis ojos vuelven al periódico que habían abandonado diez segundos antes. "Perdona, ¿está ocupada esta silla?" Levanto la mirada y allí se me aparece un ángel rubio de ojos azules. Cierro los ojos con mucha fuerza. La noche es perfecta en esta pequeña cala. Las estrellas brillan y la luna llena domina en lo más alto. Mis manos sueltan el nudo de su bikini azul.......